Nahui Olin. El volcán que nunca se apaga. Edición, prólogo y notas de Patricia Rosas Lopátegui. Insurrectas. Gedisa. México, 2022.
Hoy los libros sobre feminismo se venden bien. Imagino el rostro de los editores que rechazaban proyectos sobre esta temática con argumentos tan vagos como: “Es que no interesan”. No sólo las mujeres quieren informarse más sobre feminismo, también los hombres, y es necesario contar con títulos que sensibilicen al respecto. Los artículos periodísticos y videos que circulan en las redes sociales finalmente aportan un conocimiento limitado y sesgado, conducen más a la inmediatez. Para analizar el feminismo se requiere de disponibilidad para reformular planteamientos, usos y costumbres desde un ángulo distinto —tomando en cuenta que no existe un solo tipo de feminismo sino varios— y de la capacidad de releer la historia a partir diversas configuraciones.
El pasado como lo conocemos comúnmente está contado desde la perspectiva del patriarcado, en donde los hombres son los que protagonizan alianzas, ejercen el poder, orquestan una guerra, invaden, reinan, gobiernan y toman decisiones cruciales. Desde la antigüedad, cuando se hace referencia a la forma en que el hombre se vuelve sedentario —con el descubrimiento de la agricultura—, la mujer es parte de las costumbres de la tribu, como un ser subordinado o de segunda categoría. En Roma hubo una época en que las mujeres, al igual que los extranjeros y las personas con discapacidad, carecían de derechos ciudadanos.
El siglo XVIII fue un poco más benévolo con las mujeres, pues ya se venía hablando de derechos y no tanto de subordinaciones. Varias mujeres inglesas empezaron a sentar las bases, a cultivar la semilla de la libertad y la educación sin distinción de géneros. En 1790 Mary Wollstonecraft, escritora inglesa, publica Vindicación de los derechos del hombre, dos años después, Vindicación de los derechos de la mujer. Wollstonecraft fue la madre de Mary Shelley, autora de Frankenstein, y es considerada como la primera feminista moderna, preocupada por la construcción social del género y los mecanismos educativos necesarios para lograr la emancipación de la mujer.
Durante el siglo XIX, relacionado con luchas de obreros y desarrollo industrial, el movimiento sufragista vino a sacudir a las féminas de distintas latitudes. El derecho al voto de las mujeres se logró entre los siglos XIX y XX. Después arribaron a la escena de la emancipación de la mujer las feministas de entreguerras: Virginia Woolf y Simone de Beauvoir con sus invaluables aportaciones y su visión crítica del patriarcado.
Woolf identificó la necesidad de que las escritoras requieren de un cuarto propio y solvencia económica, aunque siempre está la incertidumbre de cómo lograrlo si le pagan menos que a los varones, si debe encargarse del cuidado de la casa y de los hijos. Sin embargo, pese a que había que recorrer caminos sinuosos para lograr esa habitación propia, varias mujeres creadoras no fueron reconocidas; era más fácil ignorarlas o ubicarlas como una rareza en medio de un mundo diseñado para los varones.
La investigadora literaria y ensayista Patricia Rosas Lopátegui (Tuxpan, Veracruz, 1954) tuvo la idea de forjar una colección de libros dedicada a mujeres que fueron invisibilizadas. Ellas son las Insurrectas: Nahui Olin, Antonieta Rivas Mercado, Nellie y Gloria Campobello, Guadalupe Dueñas, Josefina Vicens, Devaki Garro —hermana de Elena Garro—, Amparo Dávila, María Luisa Mendoza e Inés Arredondo. “La serie Insurrectas festeja la sublevación de diez polígrafas a través de su obra y un rescate de otros materiales, ya que el patrimonio se encuentra tanto en su producción creativa, como en otros acervos para conocer plenamente su universo. Al acercarnos a su lucha, imaginamos un futuro diferente y unos unimos a su lid sin dar tregua alguna”, refiere Rosas Lopátegui.
La colección abre con Nahui Olin, vista no sólo como artista plástica sino como poeta y ensayista, mujer que desde muy joven puso en tela de juicio la opresión femenina en medio de la sociedad patriarcal, saturada de convencionalismos. El 15 de febrero de 1922 fue la primera vez ocasión que Carmen Mondragón añadió a su nombre Nahui Olin. “Mi nombre es como el de todas las cosas: sin principio ni fin, y sin embargo sin aislante de la totalidad por mi evolución distinta en ese conjunto infinito, las palabras más cercanas a nombrarme son NAHUI-OLIN. Nombre cosmogónico, la fuerza, el poder de movimientos que irradian luz, vida y fuerza. En azteca, el poder que tiene el sol de mover el conjunto que abarca su sistema”.
Ella es quien levanta la voz y no deja de cuestionar el papel de la mujer en la sociedad. Patricia Rosas Lopátegui la observa como pionera del feminismo en México, aunque también habría que recordar que Laura Méndez de Cuenca —poeta, narradora, ensayista y periodista— ya reflexionaba sobre el papel de la mujer mexicana en la sociedad. Méndez de Cuenca, como otras mujeres, fue discriminada e, incluso, llamada “virago desaforada” por Clorinda Matto de Turner, una escritora peruana a la que Carmen Boullosa insiste en que se reedite de nuevo. Lo sorprendente es cómo tanto Méndez de Cuenca como Nahui Olin se abrieron un espacio, una trinchera donde querían luchar y vislumbrar el mundo desde la emancipación.
Desde muy joven, a los diez años, Nahui Olin asimiló que “la mujer bajo la férula de la sociedad machista, la libertad sólo le pertenece al hombre y cuando la mujer se rebela y rompe con dichos preceptos, se convierte en un ‘problema social para la conveniencia de los gobiernos y de las costumbres’”, señala la investigadora. Desde esa edad, le escribe a su maestra, la monja Marie-Cresense, directora del Colegio Santa María; muestra una visión clara de cómo anhela que la sociedad se desarrolle y, a la vez, deje de ser opresora con la vida de las mujeres. Carmen Mondragón fue una niña incomprendida, una adolescente que no encontraba lugar en el mundo y una mujer adelantada a su tiempo. La monja visitó a Carmen Mondragón y le llevó las cartas y reflexiones que ella le escribió; aquel día no estaba Nahui Olin y el Dr. Atl recibió esos papeles. Estos textos, en francés, se convirtieron en el libro Nahui Olin: sin principio ni fin, incluido en la edición de Patricia Rosas Lopátegui.
Hace tiempo que Rosas Lopátegui se interesó por rescatar el trabajo de las escritoras que han sido marginadas. Empezó con su acercamiento a la vida y obra de Elena Garro, y desde ese análisis, no ha dejado de lado su visión feminista. ¡Larga vida a la Insurrectas!
Mary Carmen Sánchez Ambriz
@AmbrizEmece