La mañana del 3 de agosto de 2019, Patrick Crusius disparó su rifle de asalto en un centro comercial de El Paso. Asesinó a 23 personas, hirió a otras 22. Buscaba detener lo que llamó, la “invasión latina en Texas”. Días después, en estas páginas, escribí que no había forma correcta de caminar en los sitios de las masacres, (915, Apuntes Incómodos, Maruan Soto, Milenio, 2019). Estaba en Ciudad Juárez y crucé la frontera. En el memorial a las víctimas, pancartas expresaron un luto binacional. La gente rezaba en español, en inglés. Junta.
Frente a la corte, el abogado de Crusius confirmó lo esperable. Su cliente, convencido por las teorías de reemplazo racial, creyó que actuaba bajo dirección del presidente. Era el primer mandato de Trump. La retórica antiinmigrante necesitó poco para convertirse en exterminio.
Esta semana terminó el juicio a Patrick Crusius. Múltiples cadenas perpetuas.
Para 2019, si el tono xenófobo que esperaba de su instrumentación llegó a dar cierta vergüenza, los meses siguientes a la masacre de El Paso solo la negación intentó diluir sus efectos. Hoy, no queda rastro de ese pudor.
Casi seis años después, en medios masivos, Kristi Noem, secretaria de Seguridad Nacional de Estados Unidos, llama a la cacería de migrantes. Hace gala de los repulsivos entendimientos en la Casa Blanca y estigmatiza comunidades, cruzando la línea que impulsó a Crusius.
Las palabras construyen entornos. Cuando son violentas, construyen entornos equivalentes, odio y miedo.
Con su carga inmensamente deleznable, la transmisión en México de la campaña de Noem no es el mayor problema. Cometeríamos un error al suponer que las reacciones por su difusión en territorio nacional resuelven algo más que la ofensa local e inmediata. El efecto del insulto no es superior al miedo, hecho condición, en los millones de migrantes sujetos a esa retórica en las pantallas que, en Estados Unidos, ven aquellos como Crusius.
Si la complicidad de nuestra política migratoria con el discurso de la Casa Blanca obliga a preguntas que no resisten la decencia, debe preocupar la tranquilidad del gobierno mexicano hacia eso que aquí molesta tanto y ocurre allá, sin contenedores ni estrategia política que se ocupe mínimamente de las consecuencias del horror.