El pensamiento obliga a la prudencia sobre las verdades. La frivolidad se enamora de sus aseveraciones, depende de ellas y rechaza el espectro de la duda. Quizá ahí radique la insistencia de nuestros políticos por afirmar lo refutable. Tradición política mexicana en una apuesta por la percepción de la realidad sobre sí misma, obviedad perdida este día en las columnas alrededor de los dichos presidenciales. La facilidad para refutar preocupa tanto como su inverso al admitir certezas.
Toda verificación de datos y efectos de políticas públicas quedó relegada a editoriales, haciendo de la verdad un asunto subjetivo. Si la verdad es opinión también lo será contradecirla, es el paraíso de la relativización.
No veo fracaso más grande en nuestra construcción social: hemos sido incapaces de protegernos de la ilusión. Para eso servía la filosofía y la desechamos para enaltecer el convencimiento. El discurso oficial exacerba la identidad sin conectar puntos con el rechazo a la alteridad, a la condición de ser otro.
Atrás de los delirios de un país nuevo resuena la falta de pedagogía. No hay excepcionalidad en lo recurrente. La patada al migrante vista con ojos de singularidad. Una estructura y el fenómeno proveniente de ella embisten con la violencia y después con su justificación. Este desprecio por quien viene o atraviesa sólo es posible desde nuestras peores características: la xenofobia y el racismo. El rechazo al otro, disfrazado con la bandera del respeto por lo legal en el país de la ilegalidad, justificando el uso desproporcionado de la fuerza como si fuera dilema frente a la vulnerabilidad y la desesperación.
Lo legal es el derecho a migrar. Ninguna crisis social se resuelve con toletes y la prepotencia documentada del Instituto Nacional de Migración.
La perversión se exhibe en un país donde no es escándalo una redada sobre migrantes protegiéndose de la lluvia y el grito de quien suplica le dejen respirar es nada. Funcionarios emiten condena, unos más presumen cuidados sobre las llagas en los pies de caminante y las conciencias encuentran tranquilidad en la negación del fenómeno.
Solo un político se atreve a minimizar el peso de las palabras mientras presenta un libro.
Maruan Soto Antaki
@_Maruan