Las espirales conducen de cierta forma al punto de partida, el lienzo inacabado de la democracia mexicana está lejos de declararse maduro y ni siquiera se da cuenta de su propio desajuste.
A lo largo de los últimos años, sólo dos cuerpos institucionales se han reforzado dentro del Estado mexicano: las fuerzas armadas y el partido en el poder. Pese al tiempo, somos una sociedad que no exige en términos de Estado. Al fallar éste en sus deberes básicos, lo arrojamos al espacio de la futilidad y su vacío es ocupado por la forma más básica de demagogia: la que afirma estar bien.
La política debe alejar los riesgos de la violencia, el secretario formalmente encargado de la política interior niega la violencia sin hacer política. Desde Palacio y en Gobernación se minimiza el control territorial de la delincuencia organizada: qué es un retén, qué son muchos, qué ha sido la violencia en medio del rastro nacional. La institucionalización de la criminalidad se da cuando el Estado confunde expansión territorial con gobernabilidad.
Si en buena parte del mundo las turbulencias políticas de la última década se dieron de la mano de posturas nombradas antisistema, México vive las propias en la entrega absoluta a los estandartes del sistema mismo. No son los nombres, aunque cada uno de los recurrentes estén inscritos en el almanaque de la mexicanidad. Es la venalidad —cualidad de lo vendible—, herramienta para quien aprovecha la puerta abierta de la debilidad estructural que es el desencanto. De él vendrá la adecuación al caos. Nos aferramos a ser un país seducido por la retórica que depende de la negación cultural a diferenciar Estado de gobierno y donde la tradición política solo piensa en términos de presencia.
El que no se transfieran las mayores fallas de Palacio a sus candidaturas, es reflejo de nuestra pobre cultura democrática. No hay costo político y es reducido en opinión pública.
Cuánto valen en este país las declaraciones pugnando por la muerte de partidos, sean cuales sean. Poco se encuentra más vivo en México que la peor forma de partidismo, la que hace de la negación una característica y política pública.
Este es un camino que debimos dejar atrás hace más de veinte años.
Maruan Soto Antaki@_Maruan