La mirada sobre Medio Oriente exige absolutos donde éstos se niegan a serlo. He insistido a lo largo de los años en que el gran modelador de la política medio oriental es la revolución de 1979 y la llegada de los ayatolas al poder. Qasem Soleimani era el arquitecto de la expansión del proyecto iraní sobre Siria, Líbano, Irak y Yemen. Destruyó miles de vidas estando al frente de las Guardias Revolucionarias iraníes —Quds—. Quien trate de defender al general Soleimani caerá en un error paralelo al de quien busca legalidad en su asesinato. No hay una sola realidad en Medio Oriente que esté exenta de paradojas sobre las que se abusa, sin importar las consecuencias.
Junto a Soleimani se asesinó a Abu Mahdi al-Muhandis, líder de Al-Hashd Al-Sha’abi, el Comité de Movilización Popular en Irak. Una milicia, como otras, ligada a la Guardia Revolucionaria. Combatieron contra el Daesh tanto en Siria como en Irak. Años antes, con entrenamiento y financiamiento de los Quds, Muhandis fundó Kata'ib Hezbollah, un grupo espejo al Hezbollah libanés de quienes recibían armas.
Si bien la muerte de Soleimani opaca a Muhandis, es a través de este último que se entiende la relevancia en el asesinato del primero.
Gran parte de la atención al conflicto entre Irán y Estados Unidos se enfoca en el exiguo acuerdo nuclear. Dicho acuerdo, así como su ruptura, podrían verse como síntoma y no solo causa. El proyecto iraní, dentro y fuera de sus fronteras, es el punto de fragilidad en las últimas cuatro décadas. La necesidad de Teherán por conquistar espacios donde la política iraní le hiciera frente a la hegemonía saudita, pasó de lo religioso para centrarse en mera política bajo los términos de la región: pertenencia edificada en la sectarización, violencia, el establecimiento y la permanencia de gobiernos afines a los gobiernos de los ayatolas. Siria, Líbano e Irak son ejemplos de la cooptación de poderes en el proyecto que encabezaba Soleimani.
Limitar la escalada de tensiones a la resaca del acuerdo nuclear, es pensar en política internacional sin hacerlo en la regional. La manera americana. Hasta el asesinato de Soleimani, Irán había amaestrado el estirar la cuerda tanto como podía. La hezbollización del gobierno de Teherán en los últimos meses vino en respuesta a la inestabilidad social interna. La cuerda se rompió.
La lógica en las próximas acciones iraníes no es necesariamente la lógica occidental. El temor de cualquier escalada siempre recae sobre la posibilidad de una guerra, pero, conviene recordar que el proceso de la escalada es suficiente tragedia. Más si las condiciones obligan a la reconfiguración de un proyecto como el iraní.
Escribí en Fatimah, “si Medio Oriente es el paraíso de las dualidades, en Irán, la medianía gestó la demencia desde la convivencia de los polos”. Al personaje de la novela lo interrogaban oficiales estadunidenses para dar con Muhandis. Ya lo encontraron. Su ausencia, como la de Soleimani, amplifica la constante regional: su única certeza es habitar la incertidumbre. Por esta razón, aún con oportunidades, ningún gobierno corrió semejante riesgo. Habrá que ser muy ingenuo para suponer que Trump actuó con claridad pensando en algún escenario.
@_Maruan