Ciertos episodios merecen insistir en ellos, a pesar de esa fascinación por el instante donde la versión circense de la política ocupa mayores espacios que la ejecución de civiles por parte de miembros del Ejército. El Estado hecho espectáculo y la apetencia por el engaño les relaciona.
Nuevo Laredo no es sólo un evento. En nuestra crisis de incivilidad, registros periodísticos de ejecuciones donde están implicadas las fuerzas armadas son tan abundantes y localizables como las muestras de apoyo a quienes las cometen. Somos la barbarie generalizada.
En las crisis de incivilidad, lo aparentemente inmediato cuenta atrás con gigantescos temas que exigen pedagogía constante. Los expedientes sobre ejecuciones a manos del Estado son testigos del uso de una doblemente perversa pena de muerte en México. Fuera de la ley y contra todo aprendizaje desde el pentateuco.
El Estado y una sociedad vueltos justicieros contraviene su naturaleza y función. Históricamente no existe un solo caso donde la pena de muerte haya reducido la frecuencia de delitos, dejándola así en mera venganza; la forma más primitiva de orden social. Cuando el Estado mata como forma de administrar justicia se convierte en lo que debería combatir.
Dudo que quienes aplauden las nociones justicieras de la fuerza sean capaces de admitirse culpables de un crimen, espero mucho menos de realizar lo que aplauden. Son el público de lo salvaje.
Cada construcción política proviene de una abstracción que define el espacio donde una sociedad quiere desarrollarse. La división de poderes, las instituciones de control financiero o arbitraje electoral son síntomas de la revisión que establece contenedores a lo disfuncional. También la legalidad y sus formas.
En los terrenos prácticos, un acto político es susceptible a la disociación de principios para administrar el mal menor, base del ejercicio público. Pero el mal menor siempre tiene límites. La política aguanta alguna disociación de principios, no su totalidad.
En este circo de varias pistas hay por lo menos un partido político, el Verde, que ha promovido el papel asesino del Estado. Supongo que cada aspirante a la sucesión presidencial y sus cercanos son conscientes de ello.