La institucionalización política de la hipocresía es uno de los pilares estructurales de la vida mexicana. Su forma es parecida a los pactos de complicidades patriarcales, de silencios y permisividades. El código es el del engaño que lo sabe tal y avala como manera de convivencia. Nada es tragedia suficiente bajo sus normas y si algo de ella se logra mantener, la relativización resta importancia.
Hay una lógica compartida: los desaparecidos que no lo son; la violencia de un país que oficialmente se presume en paz; el disfraz de virtud a las aberraciones en la elección de jueces; los aires de triunfo en una negociación arancelaria que no ve el miedo de los nuestros al otro lado de la frontera, o violó el debido proceso; la corrupción y negligencia siempre de los demás a pesar de sus equivalencias ciegas para los propios; la doble vara para medir la realidad.
Aun así, la muy nuestra tendencia a matizar niega que errores fundacionales definen lo nocivo del desenlace.
La aceptación de los códigos políticos mexicanos es de sus precariedades. La no muestra de molestia excesiva para evitar una respuesta que contravenga supervivencias propias.
En el lenguaje del pacto como entendimiento de lo político se asume la trampa como condición hasta no verla.
¿Por qué la estructura de pactos tiene tal arraigue en México?
De las estructuras familiares a su extensión en las tribales, la lealtad es uno de los mayores valores prepolíticos. En una sociedad cívica, política, ésta tiene sus límites cuando se rompen acuerdos básicos: el asesinato, la mentira, etc. Hay un punto donde la lealtad no las soporta. Aquí sí.
En el sistema de pactos las apariencias son objetivo. La dedicación puesta para evadir las responsabilidades de pertenencias, de la indiferencia y tolerancias a lo intolerable, de adopción a una comodidad que no aprendió a hacer sociedad. Nadie ajeno dirá que en este país ocurre lo que sucede. Lo espantoso es nuestro espanto privado. Cualquier señalamiento es ofensa a la patria hecha de adornos y eventos. Premio para el pasajero millón del tren que arrasó una selva. La tabla de jerarquías es ejemplo de cómo interpretamos el mundo.
Mejor que todo se quede en casa, que ya no es de ninguno.