Hace mucho que la reputación literaria y cultural de eso que entendemos como nuestra clase política me recuerda a los libreros donde lomos perfectamente acomodados exhiben su poco movimiento. De las excepciones, por serlo, no me ocupo. Cuando una biblioteca se usa, los libros entran y salen de sus niveles, se reacomodan por crecimiento, intereses o momentos; rompen la horizontalidad de una línea ornamental.
Como ocurre desde hace tiempo, a la impronta anual de insultos contra la Feria del Libro de Guadalajara le siguen muestras de la manipulación sobre un espacio con visiones prescindibles para quien sólo se ve a sí mismo. Cuando lo limitado rige, hasta a las mentiras les falta imaginación.
La cultura es muchas cosas y un instrumento legitimador de intenciones políticas. Condición que requiere una construcción estética de la que ha sido incapaz la oposición al oficialismo y mantiene secuestrada el último.
Para candidatos o funcionarios, el revestimiento de lo autoral se comporta como la biblioteca llena de libros colocados por colores y tamaños. La estructura de una candidatura, un libro; una visita o cancelación al lugar de lectores —eso es la feria de Guadalajara—, se da gracias a que la discusión acerca de la utilidad de la cultura en términos democráticos queda olvidada entre simplificaciones. En ciertos períodos dicha ausencia importa más. Ninguna candidatura la plantea hasta ahora.
En demérito de la amplitud cultural, durante décadas le dimos a ésta el papel de exaltadora de nociones identitarias. Folclorismos distantes de la universalidad. Nos acomodamos en ellos hasta relegar su esencia del bloque al que pertenecen: distintas formas de entender el mundo, para discutirlas y construir uno más grande.
Las visiones culturales, literarias u otras, plantean contradicciones, problemas, hacen tangibles las abstracciones. Se construyen en el intercambio de disciplinas. Generan desacuerdos para fomentar preguntas y al hacerlo, alimentar nociones ciudadanas. Democráticas. No para refrendar las certezas de los discursos electorales.
El desprecio a espacios como la feria de Guadalajara es miopía identitaria de quien ve la cultura como instrumento de adherencia y no de debate.