Ante la violencia en los espacios escolares, de convivencia familiar y social, que padecen y ejercen niños y jóvenes, se ha propuesto como necesidad el enseñarles a ser empáticos, es decir, “capaces de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos”.
Así lo creía yo: que en el desarrollo de la empatía estaba la solución.
Y ahora, me parece peligrosa esa normalización de la vulnerabilidad, al apoyarse en el entender lo que el otro pueda sentir cuando se le maltrata, ofende o acosa.
Creo que, el brindar respeto y apoyo en las relaciones humanas, no por lo que el otro piense, sienta o sufra, sino por lo que uno mismo es: una persona de bien, que reconoce su propio valor y el de otra persona, es la base para construir una sociedad de paz y prosperidad.
La persona de bien proviene de la formación de la identidad en el espíritu de los valores humanos, es decir, en aquellos principios y acciones que lo perfeccionan, para su desempeño y desarrollo, en lo individual y en lo comunitario.
Todo aquel que esté frente a un grupo de niños o de jóvenes, por ejemplo, un maestro del sistema escolar, un instructor en una actividad deportiva, artística o tecnológica, en un club o academia extraescolar, o un instructor en un campamento de verano, debe saber que, a través de la habilidad o la materia en la que instruye, está obligado a formar personas de bien.
No mediante el control disciplinario, sino mediante el fomento de valores de comunicación, integración y crecimiento grupal.
Debe, a través de su disciplina, sea matemáticas, inglés, arte, futbol o robótica, construir el carácter y la conducta en sus alumnos, mediante el establecimiento y el enaltecimiento de prácticas de honradez, respeto, solidaridad, compromiso y logro de metas individuales y grupales.
Para ello debe interesarse y prepararse en temas del desarrollo de los niños a las diferentes edades, de la construcción de la identidad y la personalidad, de los valores y las dinámicas para fomentarlos en sus grupos.
Si no es así, la selva entrará al salón de clase y al campamento de verano, y dominará la violencia, síntoma de falta de formación en valores.
Cada adulto, en especial un maestro, ante un niño o un joven, debe ser un guía de vida, y cumplir a cabalidad esa responsabilidad. No es solo una clase más.