Afirmando que el poder presidencial en nuestro país es inmenso, siguiendo la opinión de Daniel Cossío Villegas en su obra “El estilo personal de gobernar”, es invariable que se ejerza personalmente y no institucionalmente, lo que significa que tiene en ese estilo fuerte influencia la personalidad de quien ejerce ese poder.
Por lo anterior impregna en su mandato carácter, experiencias, temperamento, simpatías, educación y hasta guardados o no resentimiento por considerarse una víctima en su pasado político.
La afirmación tiene su fundamento en la forma como la sociedad percibe a la personas al llegar al poder; opina que esta cambia al “subirse al nivel desde un ladrillo hasta las nubes” y que de esta altura, especialmente si no tiene asesores calificados que le ubiquen en cuanto al control de la personalidad en la actuación política.
Pero, ¿qué político atendería los consejos de un auténtico asesor en este campo?
Cuando se desborda el yo autoritario y ególatra no hay nada que lo detenga, ni los fracasos o errores evidentes que justificará con argumentos no creíbles, por ejemplo, echando la culpa a otros, al gobierno pasado o saliendo por la tangente ante evidencias.
Estas son algunas de las características del dictador empecinado en proyectos absurdos.
En una época de la vida de los Césares en la Roma imperial, parte de la tradición en la corte consistía en que un anciano venerable y respetado debía susurrarle al oído del emperador en pleno desfile triunfalista “que era un ser mortal, que su vida era efímera y su gobierno frágil”, con la intención de “bajarle los humos”.
Pero no siempre surtió efecto la receta, porque varios emperadores, según el historiador Suetonio, se hundieron en los excesos.
Don Daniel se refería a Luis Echeverría, pero la definición se puede aplicar perfectamente a varios presidentes posteriores.
Es imposible comprender la forma en que ejercieron el poder, sin asumir que quien goza de su ilimitación lo hace de una forma mucho más personal que institucional; quien se rige por su temperamento, los resultados serán negativos al final.
La entrada a la Historia tiene puertas doradas y festivas trompetas para las grandes figuras, pero ante los advenedizos no admite sus autoelogios, encuestas, consulta popular ni el soborno.