Destruir sin piedad a los enemigos, sin darles oportunidad de resucitar, recomienda Robert Greene, en la 15 de sus 48 Leyes del Poder, basado en los principales capítulos de la historia de la humanidad.
Basta repasar la vida de Napoleón para entender a qué se refiere esta premisa y remontarnos al destierro del que escapó para marchar sobre Francia pretendiendo reconquistar su imperio.
No por nada, en la Era de Terror, Robespierre mandaba a la guillotina sin chistar, tanto a sus enemigos como a sus propios camaradas revolucionarios, aunque él mismo corriera tal suerte, y vaya que se lo advirtió el propio Danton a quien mandó por delante y que cuando, rumbo al cadalso pasó por la casa de su acusador, le gritara: “Sigues tú, Robespierre”; y así fue.
Stalin era el mejor para estas lides. No solo los borraba del mapa, sino hasta de las páginas de la historia y de las fotografías donde alguna vez aparecieran a su lado, generales e incondicionales.
Benito Juárez no se la pensó dos veces en fusilar a Maximiliano de Absburgo, a pesar de los esfuerzos de su Carlota por solicitar la mediación de reyes, jefes de Estado y príncipes de la Iglesia para librarlo de la muerte. La suerte estaba echada y la pólvora también.
“Abdicar es extenderse a sí mismo un certificado de incompetencia”, le recriminaba una enloquecida emperatriz a su emperador.
Bueno, los tiempos de cortar cabezas y matar enemigos quedaron atrás, con excepción de Corea del Norte, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Rusia, Afganistán, una docena de países africanos y alguno que otro de Asia.
En cuanto al mundo más inmediato a nuestra realidad, el último referente, y el más relevante, fue cómo al “PRIAN” se le salió de las manos el desafuero de “Ya Sabes Quién”, al que dejó pasar para luego resignarse a entregarle el poder, el cual ejerce de manera casi absoluta.
Veremos si ahora López Obrador se atreve a aniquilar a sus enemigos o también los deja pasar. La diferencia estriba, tal vez, en el alcance de los mismos y la pertinencia del momento, es decir: si llegaran a representar un peligro a su sucesión y la continuidad de lo que llama su Cuarta Transformación y también la hora en que esto pudiera suceder. Es cuando realmente veremos de qué está hecho el Presidente que tardó 18 años pretendiendo serlo, si de pasta de demócrata o de todo lo contrario.
Por lo pronto, ahí está la UIF, que le ha servido para mantener a raya a su ex contendiente Ricardo Anaya, quien no sabemos si gusta del juego del gato y el ratón, si se crece al castigo solo para no terminar aniquilado o se aprovecha de la situación para victimizarse y seguir los pasos de su actual verdugo. Veremos y contaremos.
De tarea: el autobiográfico libro de Barack Obama, “Una tierra prometida”, no tiene un solo renglón de desperdicio. Va de un esmerado y extraordinario curso de autoayuda, pasando por un manual de campañas presidenciales y llegando a dictar cátedra de auténtica democracia, economía, justicia social, diplomacia, política internacional y sobre cómo ser uno de los más grandes Estadistas, con mayúscula, y líder mundial de la historia moderna. Cómprenlo, pero, sobre todo, léanlo. Ahí encontrarán más claves que en muchas de las leyes y lecciones aquí expuestas.
Marco Sifuentes