El peor enemigo es la indiferencia, nos dice en su sexta, el autor de las 48 Leyes del poder, Robert Greene. En México, tal vez el mejor ejemplo nos lo obsequia Samuel García, quien se hizo famoso subiendo videos y con ellos explicando cuestiones de economía y otras amenidades, pasando por escenas de celos con su flamante esposa y rematando con frivolidades relacionadas a la pesada carga de jugar golf obligado por su señor padre.
Lo cierto es que Samuel subió a las estrellas, también ayudado por la popularidad de su joven pareja, y después cayó a lo más profundo del averno, pero solo para tocar fondo y resurgir de entre sus mediáticas cenizas, logrando la proeza de, en tan solo tres meses, rebasar y sepultar a sus opositores, entre ellos, una candidata de nombre Clara Luz, que resultó no tan clara y cuya luz se apagó en una campaña de enredos, mentiras y tonterías que la mandaron de favorita a “pobrecita”.
Otro ejemplo de políticos buscando notoriedad a la voz de ya, fue el también neoleonense Bronco, que la pegó con tubo en su aspiración a la misma gubernatura que hoy le hereda a Samuel, pero que en su desafortunado intento por alcanzar la Presidencia de la República derivó en el absurdo, cuando no, ridículo. “Les mochamos las manos”, advirtió a los ladrones y a punto estuvo de perder las propias.
Por el contrario, hay gente a la que, para bien o para mal, simple y sencillamente, no se le da esto de llamar la atención y ha crecido a la sombra de sus amos, tal es el caso de Marcelo Ebrard o de la mismísima Claudia Sheinbaum, su actual rival por la sucesión de Ya Sabes Quién.
Enrique Alfaro, el actual gobernador de Jalisco, llama la atención, pero por sangrón y pesado y por ese tonito llorón que lo caracteriza y que te obliga a apagar la radio cuando lo escuchas diciendo cualquier cosa buena o mala.
En cuanto a los últimos presidentes y candidatos presidenciales, Díaz Ordaz llamaba la atención por feo, por dentro y por fuera; Echevarría por tibio e hipócrita; López por Pillo; De la Madrid por gris; Salinas por megalómano; Zedillo (remítase a De la Madrid); Fox por dicharachero; Calderón por ser un “chaparrito de lentes”; Peña Nieto por carita y ladrón; López Obrador por astuto y controversial; Ricardo Anaya por falso y pretencioso; Meade por repetir su apellido muchas y estúpidas veces.
Veremos ahora qué nos depara el destino electoral. No dudo que Alfaro y Samuel estén, cada uno por su cuenta, tramando cómo llamar la atención para ser nominados por Dante Delgado como el candidato disruptor a ocupar Palacio Nacional; en el PAN no veo quién y, por el bien de ese partido, ojalá no se les ocurra postular al insípido e impostado de Anaya, menos a la desabrida y deshojada Margarita; en el PRI, al que pongan, da igual y Morena dependerá no de quién atraiga los reflectores externos sino los del gran elector, que es el que manda en ese partido y por los próximos tres años en México.
No descartemos la aparición de un bateador emergente salido de las filas de la sociedad civil, pero en serio, no como el tal Claudio X, cuya candidatura sería lo mismo, o sea, X.