Una tragedia de proporciones inimaginables ha capturado la atención del mundo en los últimos días. El submarino Titán, que exploraba los restos del “Titanic” en el fondo del océano, desapareció junto con cinco personas a bordo.
Las autoridades confirmaron la "pérdida catastrófica" del submarino y se encontraron restos que indican una implosión del sumergible, lo que sugiere que los ocupantes habrían muerto instantáneamente.
Esta noticia ha generado conmoción y tristeza en la opinión pública, y es comprensible que se dediquen esfuerzos para encontrar respuestas y honrar a las víctimas.
Sin embargo, al comparar esta tragedia con otro suceso igualmente lamentable, surge una preocupante disparidad en la respuesta de las autoridades y la atención mediática. Mientras que el caso de los cinco millonarios perdidos en el submarino ha sido ampliamente cubierto por los medios y ha movilizado recursos internacionales en la búsqueda y rescate, la muerte de más de 700 inmigrantes que se ahogaron en el mar en su intento por buscar una vida mejor, ha pasado desapercibida en gran medida.
Estas dos situaciones son trágicas y merecen nuestra atención y compasión pero, ¿por qué se les ha dado un trato tan desigual? ¿Es acaso el valor de la vida humana diferente dependiendo de la posición económica o nacionalidad de las personas involucradas?
La respuesta a estas preguntas revela la desigualdad y la falta de empatía que persisten en nuestro mundo y, sobre todo, en el actuar de nuestras propias autoridades.
Mientras que los millonarios perdidos en el submarino son vistos como víctimas dignas de compasión y apoyo, los inmigrantes que mueren en el mar son tratados como números, como una estadística más en una crisis humanitaria que parece no tener fin.
Es cierto que las circunstancias son distintas en ambos casos, pero la diferencia en la respuesta es alarmante. Las víctimas del “Titán” tienen el respaldo de gobiernos y organizaciones poderosas que movilizan rápidamente recursos para su búsqueda y rescate -claramente, también por la cantidad de recursos que pueden movilizar sus familias de forma privada-.
Mientras que, los inmigrantes, en su mayoría desesperados y vulnerados, se enfrentan a políticas migratorias restrictivas y a la indiferencia de muchos países.
Esta disparidad de trato pone en evidencia la existencia de privilegios y desigualdades profundas en nuestra sociedad. La vida de una persona no debería tener más o menos valor según su estatus económico o su nacionalidad. Cada vida perdida es una tragedia y merece la misma importancia, sin discriminación alguna.
Urge que exijamos justicia; no es posible que la vida de los seres humanos no sea igual de importante para el Estado, y que el poder y la riqueza sean dos factores con tanto peso para que podamos acceder a una mejor atención ante una catástrofe.
Personalmente, lamento ambos sucesos y aprovecho este espacio para ofrecer mis condolencias a todas las personas y familias afectadas, esperando que encuentren paz y fortaleza ante su pérdida.
Pero no podemos ser indolentes ante la estructura desigual en la que estamos parados; espero que esto nos abra los ojos a todos para tomar cartas en el asunto.