Nos horrorizamos con lo que ocurre entre Israel y Hamás, principalmente con los ataques que terroristas hicieron hace poco más de una semana contra civiles en el estado judío. Esa indignación, sin embargo, no alcanza o simplemente se agotó con los ataques terroristas que realizan desde hace decenios en México grupos del crimen organizado.
En nuestro país operan ejércitos privados al servicio de señores del crimen organizado. Estos ejércitos se pasean con flagrancia en poblaciones de prácticamente todo el país, con soldados encapuchados que lanza vítores a sus líderes o al grupo que los patrocina. Esos ejércitos cuentan con una capacidad de fuego increíble, capaz incluso de derribar helicópteros militares, o de penetrar blindajes. Esos ejércitos usan drones para atacar a sus rivales, y bloquean caminos rurales y algunos no tanto para tener control de territorios completos.
En el país estos ejércitos secuestran, matan desaparecen, descuartizan, y lo presumen en video y redes sociales. estos ejércitos cobran cuotas de protección a diestra y siniestra, y se dan el lujo de amedrentar a alcaldes y funcionarios públicos. Estos ejércitos pueden balear por la noche un restaurante en una de las principales avenidas de una de las grandes ciudades del país, y retirarse sin que nadie intente detenerlos.
Estos grupos del crimen, y sus ejércitos, son prácticamente intocables.
Pero como estos grupos usan a sus ejércitos para acciones del crimen, y no para reivindicar posturas ideológicas, entonces nos hacemos de la vista gorda. Porque no es lo mismo subirse al tren del mame en redes sociales difundiendo nuestra posición en favor o contra de Israel o Hamás; o de Rusia y Ucrania, que manejar una postura crítica contra los grupos del crimen organizado en México. Esos no son nuestro problema. Que de ellos se encargue el gobierno federal, da lo mismo si lanza abrazos o balazos.
Lo que quiero decir es que resulta fácil criticar al país lejano. Fijar postura si se trata de algo que ocurre del otro lado del mundo. Somos los que vemos la paja en el ojo ajeno. Y ojo: no se trata de quedarse callado sobre lo que ocurre en el resto del mundo, sino de ver lo que también pasa en nuestra casa.
