Hasta antes de la declaración de Miguel Ángel Yunes, gobernador de Veracruz, la reacción de los colegas de la diputada Carmen Medel Palma, autoridades policiales e, incluso, la de López Obrador fue lo natural: había que actuar con rapidez y poner todos los recursos disponibles al servicio del esclarecimiento del homicidio y castigo de los culpables. No era momento para escatimar.
Sentir empatía por los más cercanos es algo natural en los seres humanos. Sin embargo, como parece ser el caso, la empatía mostrada por las autoridades, aunque suene terriblemente espantoso, de una u otra manera refleja una de las formas en que la corrupción ha echado raíces en México. Me explico.
Adam Smith, en la Teoría de los Sentimientos Morales, dijo: “El hecho de que sintamos pena por la pena de otros es una cuestión tan obvia que no requiere demostración alguna”. Hasta el más egoísta de los hombres, decía Smith, es capaz de empatizar con los sentimientos de los demás, por eso el país se volvió uno al escuchar a la diputada en el momento que se enteró de la fatídica noticia. Sin embargo, los casi 16 mil asesinatos registrados durante el primer semestre del año no han despertado una reacción similar en nuestras autoridades y los representantes de la Cámara.
Sé que suena espantoso, pero el caso de Valeria es un claro ejemplo de cómo la empatía hacia el dolor ajeno, en ocasiones, puede llevarnos a traspasar la delgada línea que divide el uso adecuado del uso ventajoso de ciertos recursos, en este caso, los públicos. Los asesinatos y desapariciones en México para muchas de nuestras autoridades han sido una abstracción macabra materializada en números y gráficas. No hay sentimientos de por medio, mucho menos posibilidad de ponerse en el lugar de unas víctimas que desconocen por completo.
Con todo, sigo pensando que la explicación judicial de Yunes es moralmente inválida. Sus razones no dan para entender y aceptar qué provocó el asesinato de Valeria. Su relatoría sigue dejando “al hecho” en el plano de lo absurdo, injusto, infame, horrible, indecible, inadmisible e irreparable. Diga lo que diga Yunes, autoridades judiciales y otros muchos representantes de la Cámara, Valeria está muerta; tan muerta como lo están esas otras tantas personas que murieron el fin de semana, y anoche, y por las que ningún político aún ha dicho nada.
La distorsión moral de la empatía
- Catarata
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Pablo Ayala Enríquez
Monterrey /