La zona metropolitana de Monterrey tiene en común con las grandes urbes del mundo un problema de movilidad en los tiempos de covid, que puede ser de vida o muerte: camiones, metros o BRT, como la Ecovía, todos se han convertido en enormes fuentes de contagio y son el mayor desafío a la hora del regreso al trabajo.
Lo que no tenemos en común con muchas urbes, sin importar su mayor o menor PIB, es lo que nosotros arrastramos desde hace años: un sistema de transporte y una idea de movilidad que han sido inflexibles ante el crecimiento urbano y que se vuelven inservibles ante una realidad como la de estos meses.
Hemos visto fotografías de autobuses y trenes urbanos de otras ciudades que parecen de otro planeta. Pasajeros que deben subir por la puerta trasera para no poner en riesgo de contagio a los conductores, prohibición de compra de boleto a bordo, filas de asientos cancelados para facilitar la sana distancia, lo que implica duplicar la frecuencia de paso, gente que camina por andadores sombreados o que se desplaza masivamente en bicicleta sin tener que usar el transporte público o que lo usa solo en algunos tramos (con todo y bicicleta). Bogotá tiene más de 500 kilómetros de ciclovía permanentes. Viena publicó nuevos mapas ciclistas para facilitar su uso...
La zona metropolitana de Monterrey se ha visto imposibilitada de reaccionar adecuadamente ante la reapertura. Los camiones nunca dejaron de ir llenos, sobre todo cuando redujeron las frecuencias de paso. Y aumentarlas para limitar el cupo de pasajeros, eso va en contra de un negocio cuyas ganancias provienen del número de boletos vendidos en una ruta.
Eso en cuanto al transporte público. Pero, además, toda nuestra idea de movilidad se fue haciendo estrecha con el paso de las décadas. No tenemos más que dos sopas: andar en coche o apretarnos en camión y Metro. No hemos hecho vías seguras para la bici y para el peatón... a quién le importa.
En tantos sentidos el covid-19 nos ha descubierto como una pobre ciudad rica.