Una buena, sin duda: el gobierno de El Bronco puede colgarse la medalla. El viejo, descuidado, hacinado, violento y descontrolado penal del Topo Chico no tenía remedio.
Los internos fueron trasladados poco a poco. Primero, los más peligrosos, a los penales federales del país. Luego, los internos por delitos del fuero común, al crecido penal de Apodaca.
Con aquellos, un total de 846 reos del fuero federal, hubo fricciones. Al mismo tiempo se rompía el dominio que algunos tenían sobre el penal... Se cierra una zona de autogobierno.
Sin duda es un esfuerzo con buenos y múltiples resultados, aunque también acabará presentando nuevos desafíos.
El resultado clave, está visto, es un paso hacia la pacificación penitenciaria, con todo lo que esto implica para la pacificar el estado entero. Los tiempos más pesados de violencia e inseguridad en la zona metropolitana siempre tuvieron un correlato en las instituciones carcelarias. No podemos olvidarlo.
Otro resultado importante es de corte urbanístico. Para la ciudad entera y particularmente para las zonas de alrededor del penal se abren ahora posibilidades enormes en términos de calidad de vida.
Se ha hablado de aprovechar el antiguo Topo Chico para alojar el archivo histórico en medio de una gran área verde para las actividades de la vida urbana. Sin duda esto detonaría esa parte de la ciudad, actualmente sin árboles, con alta contaminación, en algunos casos con vista al presidio y, en todos, definida como una tierra de alta inseguridad. Su identidad urbana es penitenciaria.
En este resultado radica el primer desafío. Transformar esa zona en lo que debería ser, un área al servicio de los habitantes de la ciudad, no es algo que se dé automáticamente, ni gratis. Se requiere de una gran convocatoria, de presupuesto y de buenas ideas.
El otro reto tiene nombre propio: Apodaca. Un penal que recibe literalmente a otro penal, tendrá que duplicar sus servicios no solamente dentro, sino a su alrededor. Y, que quede claro, también duplica sus riesgos.