Utopía escolar. ¿Y si llegamos a un pacto de leer con los niños? Al menos mientras nos ponemos de acuerdo...
Ante la desoladora realidad de la educación básica, atravesada desde hace años por culpas y conflictos ideológicos, laborales, políticos, pandémicos y, en menor medida, metodológicos y tecnológicos, una alumna de quince años (la edad PISA-OCDE) propone un compromiso mínimo: la “lectura por gusto”, desde preescolar hasta secundaria.
La tomo en serio aquí. Hay muchas cosas por discutir en la educación, no cabe duda. Pero México lleva décadas en ello y cualquier recuento resulta desolador: nuestros puntajes en las pruebas internacionales nos han mantenido literalmente en la cola en cuanto a nuestra capacidad de comprensión de lectura, matemáticas y ciencia.
Discutan, pues, lo que quieran. Pero, mientras tanto, a leer. ¿Quién puede no estar de acuerdo?
No es mucho, unos minutos al día. Relatos cortos o fragmentos de obras mayores. A los más pequeños se los leerán sus padres: la vieja tradición del cuento antes de dormir. Casi todos ellos saben leer (otra cosa es que tuvieran un buen puntaje en las pruebas PISA). Y se acercarían a sus hijos.
Los no tan pequeños ya leerían en voz alta. Los mayores lo harían en silencio. Y siempre, según la edad, una breve conversación posterior: ¿qué te gustó más de lo leído y qué no te gustó?
La tarea, ese sentimiento de leer por obligación, es para los padres. La escuela apoyaría con ejercicios y, cuando el virus lo permita, con discusiones sobre las lecturas. Ante todo, escogiendo y facilitando los textos; no hay pretextos: pueden estar en el celular y, donde no haya, en el libro escolar. Más allá de la extensión, la elección de las lecturas es clave. Por la edad y por la época. No creo que a los niños les diviertan hoy las fábulas y poemas que nos fascinaron hace mucho, como el “sin par borracho Antón” que “cayendo de un tropezón, gritó con todo su aliento: ¿quién se cayó? Y en el fondo de un convento, el eco le contestó: yoooo”. O como aquel de Martínez Villergas sobre la última tajada en la mesa: “Uno la luz apagó, para atraparla con modos; su mano al plato llevó y halló… las manos de todos, pero la tajada, no”.
Algo así es la propuesta de esa quinceañera anónima que acabó amando la lectura y entendiendo que leer divierte porque te saca a pasear a otras vidas, a veces más soportables y a veces más terribles. Te lleva a dar una vueltecita y a distraerte de los problemas o del aburrimiento. O te lleva a grandes viajes hacia otras casas, otras atmósferas, otras especies, otras vidas, otras historias, otras pasiones, otras decisiones. Lo que importa es eso: que sean otras.
A ella, leer la llevó a hallar pasiones muy suyas y bastante lejanas de su entorno como el ajedrez, descubierto como un juego dentro del juego de sus libros consentidos. Sí, fue Harry Potter.
El punto es el compromiso de los padres. Y el apoyo de los maestros en medio de su complejísima institución. A la SEP le tocaría un gran lanzamiento. La OCDE evaluaría con sus puntajes.
Seríamos un país diferente. Mejor. Con más capacidad de comprensión, con otros caminos abiertos ante nuestras vidas y la vida común, con nuevos horizontes. Y otros placeres. _
Luis Petersen Farah