La actual legislatura, la que por vez primera en el Congreso de Nuevo León quedó conformada con estricta paridad de género, se tardó mucho en ser presidida por una mujer y contar con una mesa directiva solo de mujeres. Pero sobre todo se ha tardado en consolidar un liderazgo que haga valer el peso de esa mitad de los votos.
Para muestra un botón. El caso más llamativo fue el desempeño de las diputadas en la primera vuelta de la reforma constitucional de la llamada “paridad total”.
Así de fácil: las cinco integrantes de la nueva mesa directiva (de las que ya renunció una) votaron el pasado 30 de junio a favor de un dictamen que proponía una paridad incompleta y extremadamente pobre.
El dictamen aprobado se contrapone a lo ya obligado por la Constitución de la República. Ésta ordena una paridad total, cuyo espíritu debería quedar reflejado íntegramente en la Constitución local. Pero no, lo votado aquí en primera vuelta dejó de lado, entre otras cosas, la paridad en el Poder Judicial y en los gabinetes estatales y municipales. Y ya no hubo tiempo para reformar las leyes electorales.
Durante esa votación se manifestaron afuera los colectivos de apoyo a la mujer, que por cierto fueron una clave para que en el Congreso ahora haya 21 mujeres. Pero ni así lograron una votación de paridad total. Rara matemática política: en el Congreso pesa más 21 que 21.
Las renuncias y cambios de partido, característicos de esta legislatura, no han sido para fortalecer un liderazgo femenino y para poner en la mesa los temas desde otra perspectiva. Más bien han resultado un apoyo a los liderazgos reales en el Congreso.
Es cierto: mucho está por verse todavía. Solo que para llegar a cien hay que pasar primero por el cinco y por el diez... y es tarde.
La mesa directiva de mujeres en el Congreso ofrece una oportunidad única (y en algún sentido última) para imprimir otro sello, para lograr una voz y un peso diferente. Y la meta por lo pronto es que no termine este trienio sin que en Nuevo León se logre la paridad total.