Tiempos oscuros corren hoy. La humanidad se debate entre crisis de valores que se evidencian en el incremento de violencias, no bélicas tal vez, pero sí muy dolorosas y mortales. Ocho mil millones de personas –¿personas o entes supervivientes?– convivimos de manera dificultosa en cinco continentes y doscientas naciones-estado, espacios todos de contraste brutal en sus niveles de bienestar social.
Uno de los azotes históricos de la humanidad ha sido la pobreza, junto con el hambre y la enfermedad. América Latina no es la excepción y desde hace más de una década muchos de sus países, aquejados por modelos autoritarios y desiguales, se han convertido en expulsores de sus trabajadores y sus familias. México, Centroamérica, Venezuela, Colombia, Ecuador, Haití… a los que se unen flujos crecientes extracontinentales. Los olvidados de la Tierra, de Franz Fanon…
Los migrantes son aceptables, siempre que trabajen barato y duro y que no se noten. Afean el paisaje. Pero cuando los flujos de anhelantes se desbordan en las fronteras y acarrean consigo a familias completas, las buenas conciencias se sienten amenazadas y exigen controles migratorios. A eso respondió la política casi genocida de Trump el Brutal, que construyó su muralla china y dobló al timorato gobierno mexicano.
Desde entonces, y de nuevo ahora con Biden el Ingenuo, las corrientes de menesterosos del sur atraviesan el continente en condiciones subhumanas y se enfrentan con un enemigo inopinado: el gobierno mexicano, porque el pueblo mexicano los recibe bien y considera su desgracia, que es la propia. Pero el gobierno “humanista” actual ha convertido al sombrío Instituto Nacional de Migración (INAMI) y a la Guardia Nacional en canes cerberos que detienen, extorsionan, encierran y expulsan a miles de “extranjeros” (?) “ilegales” (??).
El INAMI, que durante los primeros meses de la actual administración federal quiso aplicar una política solidaria y empática con nuestros hermanos fuereños –que no extranjeros–, gracias a la sabiduría del académico Tonatiuh Guillén, se entregó a los gavilanes que hoy lidera el comisionado Francisco Garduño, para transformarlo en una “Migra” mexicana, mucho más temible y represora que la gringa.
Las fronteras fueron “blindadas” –horrenda expresión– para cumplir el compromiso, resultado del “doblaje” presidencial, de constituirse en la guardarraya más sureña del vecino. Para eso se construyeron o habilitaron las estaciones migratorias –“refugios” los llama el gobierno– en los que se encierra a los “ilegales”. Por supuesto no son refugios, son reclusorios ilegales en los que se encarcela a hombres y mujeres –a veces con sus niños– que carecen de visa consular o temporal, para luego ser deportados a sus países, donde no les espera nada bueno.
Estos reclusorios ni siquiera reúnen las características de seguridad con que cuentan los auténticos Centros de Readaptación Social, con todo lo necesario para la protección civil: detectores de humo, sistemas de contención de fuegos, extintores, salidas de emergencia, botones de pánico, etcétera. Son sólo separos de concreto, barrotes y candados de ferretería, con llaves cuya pérdida está garantizada en casos de emergencia.
En el caso de Ciudad Juárez los reclusos fueron abandonados a su suerte, a su muerte, no sólo por los guardias de turno, mal pagados y peor capacitados, sino también por los responsables de este sistema inhumano: toda la cadena de mando hasta donde topa: el comisionado, el secretario… ¿el presidente?
Nos faltan 39. Vivos se los llevaron, vivos los queremos…