Este artículo iba a titularse Feliz Nietzsche Nuevo o, mejor, Embriaguez del convaleciente; sería sobre el modo en que Friedrich Nietzsche empezó la cuarta parte de su libro La gaya scienza (enero de 1882) con un poema, “San Enero”, para celebrar el retorno de su salud. Un Nietzsche agradecido con la vida y formulador de ese hallazgo: la embriaguez del convaleciente.
Resulta que en el camino se me atravesó un nombre: Mathilde Trampedach, joven de 23 años que en Ginebra durante el verano de 1876 no accedió a la petición de matrimonio del profesor de filología de la Universidad de Basilea, un Nietzsche de 31 años. Uní su nombre al de otra Matilde y me propuse averiguar si el apellido Trampedach era parlante, si quería decir algo como en la Matilde Urbach inventada por Borges; Ur-Bach: el primero, el más antiguo de los ríos. Pero algo me desvió: desde el fondo de un texto sobre Nietzsche me salieron al paso los ojos verdes de Mathilde Trampedach, y todo fue a dar a una ronda de ojos verdes.
La voz de mi madre desde una anécdota de su juventud cubana: “Verdes, verdes como los ojos de Matula”. La leyenda “Ojos verdes” de Bécquer y su gran inicio: “Hace mucho tiempo que tenía ganas de escribir cualquier cosa con ese título”. Los ojos verdes de la Melusina de Jean D’Arras en el siglo XIV; y por refracción en los versos de Octavio Paz: “yo vi tu atroz escama,/ Melusina, brillar verdosa al alba”; y esta ignorada Melusina de Jaime Sabines: “En el agua estabas como una serpiente/ y tus ojos brillaban con el verde que les corresponde a esas horas”. Otro mexicano: los ojos-“jades pretéritos” de Alí Chumacero.
Los ojos glaucos de la modelo Lizzie Siddal de Dante Gabriel Rossetti, en pinturas y en un poema de Ezra Pound; los ojos verdes como papel de chicles Wrigley’s en un poema de e. e. cummings.
“Aquellos ojos verdes” de National Geographic (1985): los de la niña, ya mujer afgana que ahora (Notivox 26/11/21) rondan, refugiados contra los talibanes, por algún lugar de Italia.
Luis miguel Aguilar