Tiempo increíble en que la gente de medicina y cuidados de enfermería era atacada en público, verbal y físicamente. Sigue el registro de un día, escrito en una libreta. Guardo los nombres tras iniciales y aclaro entre corchetes.
“Marzo 22. 2020.
M. nos avisa que uno de los [médicos] residentes dio positivo en Covid-19. Ella pasaba los últimos días [viviendo] aquí antes de entrar el miércoles 25 al hospital a [el área de] urgencias por el virus. Para no exponernos a su madre y a mí, se iba a vivir con su primo J. Todo se disparó y ya tuvo que irse a vivir con él. ‘Nos vemos dentro de un mes’ dijo. Tiene mucho miedo por nosotros; ya nos había advertido, desde un principio, que nos separaríamos. Y ahora más que nunca: del hospital la pusieron en aislamiento a ella (hasta el 31 le dirán si puede regresar); ella calculaba como inevitable contagiarse del virus una vez que estuviera en el hospital en el frente [de Covid-19]. Ahora la convivencia con su co-residente (parece que infectado por un italiano) los pone a ella y a otros dos de quienes compartían guardia en un cuarto estrecho en el temor de si no están contagiados. Con J. [en el departamento donde J. vive] estará igualmente distanciada incluso en lo que caliente para comer (con horno de microondas, aparte) y se hablarán y comerán a ‘Susana Distancia’ (o se dice, grosero, a ‘Abraham C. Berga’). Nos pidió que a cualquier síntoma le avisáramos. Nos dejó un aparatito para medirnos la capacidad respiratoria. Prohibidísimo salir a la calle sin una mascada (no hay cubrebocas). Nosotros tenemos más bien miedo por ella. Pero así es esto.
“3: 24 (de la tarde). Mensaje de M.: mañana, clandestinamente, les harán una prueba [estaban prohibidas] a los residentes como ella para ver si están infectados. Se los comunicó [y procuró las pruebas] el doctor X., infectólogo del hospital, quien casualmente [en el 2002; M. tenía ocho años] me salvó de [me atajó] una septicemia. Nos da gusto por M. y co-residentes. Que sepan de una vez”.
Luis Miguel Aguilar
