Estoy todo lo iguana que se puede. (Yo, animador de íntimas catástrofes.) Me marean mareas de clorofila. Aquí reposan todos mis afanes de singularidad; y hoy hay estreno: la nueva hojarasca de siglos.
Aquí no hay mariposas que vuelen; aquí hay mariposas que ven volar el aire. Y la selva (entre estos árboles me reconozco) ya tiene en su poder una sonrisa.
La selva, gran verdad con tanto engaño. El aire huele a gusanos transparentes con sonido. La selva, realidad empedernida. Yo voy y la saludo desde la incomodidad de mi impericia.
Diez mil verdades verdes tienen aquí su monumento: con su giba musculosa, manchada de gris, la ceiba.
Aquí las cosas sudan sol-marzo. Aunque una orquídea acaba de hablarme ¿me habló una orquídea? En esta soledad sin garantías ¿avisa o no peligro la carcajada de un pájaro? Estoy en la mañana de pechos vegetales, con la sola mirada de mirar sin ser mirado.
Entre todos mis carajos selváticos aíslo uno estricto, científico y exacto: ¿Y yo qué carajos hago aquí si no hay adónde ir? (¿O quieren otro: Qué carajos mis manos inútiles entre este cosmos que nada escucha, y en que nada se escucha sino el verde?)
Por más que el viento lo intente: ni su tacto más tortuoso destruye las áreas aéreas de las telas de araña.
El sol en cada uno de mis poros. El sol, poroso sol. El poro sol, el sol poro. Todos mis poros y el sol en cada poro. Poro todo Sol.
Luz verde pero no te muevas. Luz verde. Que no te muevas, te digo. Luz verde a todas partes a condición de no moverse. No te muevas. Luz verde. Luz verde. Luz verde.
Y no, no he olvidado mi nombre (como era de esperarse). Todo normal. Aquí tan solo ha ocurrido el suicidio de la brújula.
Ve colocando los ceros a la izquierda. Cada hoja que cae es un cero a la izquierda. Ceros a la izquierda hasta cifrar la angustia en la unidad que soy.
Y qué decir del tiempo. (¿Es hora y veinte?) Puede acabar el tiempo en un instante. Y el tiempo se queda sin tiempo siquiera para huir. Lo verde está en el tiempo (tiempo: verde que huele directo en mis narices). Lo verde: incendio que destruye cualquier ameritarse de la aurora. La luz es verde: sí. No. La sombra es verde: no. Sí. Y así. Ganas de podrirme de una vez aquí. Quiero ser este verde que se pudre sin tristeza. Yo, animador de íntimas catástrofes. (Estoy todo lo iguana que se puede.)
A la bióloga Soto, en su cumple y rumbo a C.
Texto hecho con frases sueltas, a veces intervenidas e hilvanadas aquí de otro modo, de la obra poética de Carlos Pellicer