Cultura

Leche y tinta

Así que fuiste al teatro —infiere el camaleón peripatético en el cuarto donde escribo—, ese “último santuario de la irrealidad”, como lo llamó el mismo autor de la obra a la que acudiste. Y veo en el programa de mano repartido en el Lunario del Auditorio Nacional que se vería la representación completa de Hombre y Superhombre, de George Bernard Shaw (1856-1950), transmitido desde el National Theatre de Londres a pantallas televisivas de varias partes del mundo (22/5/15). O sea que te echaste más de tres horas y media de representación. Allá tú.

—Y al parecer con agravantes. Tan solo el personaje principal, John Tanner (en efecto: Juan Tenorio), interpretado aquí por Ralph Fiennes, pronuncia casi 57 mil palabras a lo largo de la obra. O añádele la broma predilecta de su amigo Arthur Bingham Walkley: lo que consideras tus dramas, le decía a Bernard Shaw, son puras explicaciones. Es decir, rollo escénico. Esto lo menciona el mismo Shaw en el prólogo cuando le dice a Bingham que al fin ha escrito (año 1903; estreno, 1905) el Don Juan que tiempo atrás le había sugerido. En mi edición de Man and Superman (Penguin Books, 1976) este prólogo abarca unas 40 páginas de tipografía pequeña y apretada; los cuatro actos de la obra se llevan unas 170 páginas y el libro cierra con un apéndice que reproduce un panfleto mencionado en la obra, supuestamente escrito por el mismo John Tanner, quien pone junto a su nombre las siglas M. I. R. C. (en inglés: Miembro de la Clase Rica Ociosa): Manual y compañero de bolsillo del revolucionario. Al final, unas 265 páginas.

—O añadirle que es un rollo de rollos. Tras el sencillo argumento de que en su Don Juan Shaw se propuso una pieza tragicómica donde una mujer caza (el idioma español permite el juego aledaño: y busca casar) a un hombre; una pieza en la que Don Juan es la presa y no el cazador, Man and Superman acabaría por ser un puchero de Nietzsche (de ahí el título), Schopenhauer, Ibsen, Darwin; personajes secundarios modelados en personajes de Conan Doyle y H. G. Wells, y a veces Mozart no solo de fondo musical sino como guía operística cuando los personajes en el tercer acto, propiamente “Don Juan en el Infierno”, dicen sus parlamentos en duetos y arias sin música. ¿Quién diablos aguantaría ese amasijo infernal, ese embutido de culturatura y filosofardos?

—Pues bien, camaleón. Todo ese amasijo o embutido que le llamas puede dar varias de las horas más divertidas en la historia, no del teatro sino de la literatura a partir del siglo XX. Aunque, visto al bulto en letra impresa o en términos de las horas teatrales “que te esperan” cuando tienes a mano el programa de la obra, todo indicaría tedio en curso, Shaw es incapaz de aburrir página tras página o escena tras escena. Curioso que su fracaso inicial como novelista lo haya vuelto un autor de diálogos y párrafos únicos, quiero decir: autor de una gran, clara y viva prosa narrativa incrustada en sus obras de teatro. Sobre sus críticas musicales y teatrales; sobre el fajo de las “mil y una” cartas que escribió para tener algo así como un récord en materia epistolaria, y sobre sus interminables y gozabilísimas polémicas con su ami-enemigo G. K. Chesterton, luego hablamos.

—Apuntaste aquí: “El pasaje sobre la leche y la tinta”. Borroneas que diste con él por vez primera en un manual de título Critical Appreciation para alumnos que hacían sus pininos al redactar tareas en la carrera de Letras Inglesas en la UNAM.

—Así es, camaleón. Viene en el primer acto de Man and Superman. John Tanner le dice al joven Octavius que un escritor (como Octavius, que quiere ser poeta y casarse románticamente con la cazadora de Tanner, Ann) tiene un propósito tan absorbente y tan inescrupuloso como el de una mujer: los dos buscan engendrar, y hacen todo lo posible para eso; hijos una y obras el otro. Una de las diferencias es que la mujer quiere dar leche al niño, y el poeta sería capaz de robarse esa leche y ennegrecerla hasta volverla tinta. Nunca extraje de esto una moraleja sino una metáfora: la tinta es en efecto una forma de la leche. Pero invertí la metáfora para llevarla más allá: no se trataría de la leche de la esposa, sino de la madre. Me apropié el pasaje para desviar esa frase de mala leche shaviana y conferirle un sentido, ni modo, de amorosa fatalidad. La conversión en tinta de la leche materna es para un escritor de poemas la única manera de retribuir aquellos flujos lácteos.

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Luis Miguel Aguilar
  • Luis Miguel Aguilar
  • [email protected]
  • Ensayista, narrador y poeta. Ganó el Premio del PEN Club México 2010 por Excelencia Literaria, y el Premio del Festival Internacional de Poesía Ramón López Velarde, en 2014. Publica todos los martes su columna El camaleón peripatético.
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