Cultura

Confites y canelones

Van—le digo al camaleón peripatético en el cuarto donde escribo—, algunas entradas hechas con distintas lecturas y momentos de vida cotidiana. Por la época del año, “Confites y canelones”, como las golosinas de pasta y azúcar. Confites: bolillas de varios tamaños; canelón: confite largo.

Código Stendhal. Mientras circulaban las verbosidades y confusiones de la Constitución que ha de regirnos a los cedemexeños o cedemexenses o como rayos hayamos de llamarnos, pensé en el escritor francés Stendhal, quien basaba su “poética” en el código civil napoleónico por su concisión y claridad. Algunos de los artículos que han circulado en los medios darían más bien cuenta de un tipo de redacción de la que Stendhal abominaba: la “dignidad de estilo”, à la Louis XIV; mero “adorno poético”. Dicho entre nosotros: el Gestote Histórico; el Rollo. Sin contar el humorismo involuntario y el numerazo del derecho al “sexo pleno”. Aunque viéndolo bien, esto sería parte de otro código, el “Código Stendhal”, quien en un momento divertidísimo se hizo su propia carta de privilegios. El artículo primero de “Les Priviléges” de Stendhal le concede esto: “Ningún dolor serio antes de la vejez extrema; y entonces, no el dolor, sino la muerte causada por apoplejía durante el sueño, en el lecho, sin dolor físico ni moral”. Exijo de inmediato, camaleón, que este artículo del Código Stendhal entre a la constitú de la Cedemex. Y, de paso, otros como éste: “Cabello fino, bello cutis, dedos excelentes que nunca se lastimen, un olor ligero y suave. El primero de febrero y el primero de junio de cada año, la ropa del privilegiado quedará como la tercera vez que la usó”. Carreras de carretillas. El zar ruso Pedro el Grande viajó por Europa a finales de los 1690. Hizo paradas en Amsterdam, Viena y Londres. Admiró los logros técnicos de los europeos y lo atrajo de modo especial la fabricación de barcos, por lo que contrató a varios constructores de los mismos para llevárselos de regreso a Rusia. En Inglaterra vio su primera carretilla; el artefacto lo impresionó tanto que le dio por armar carreras de carretillas en la casa palaciega que había rentado, destruyendo las elegantes plantas de ornato. Adentro de la casa sus hombres destrozaban las pinturas al usarlas para practicar tiro al blanco, mientras los muebles cumplían labores de leña. El tono. En sueños alguien me dice: “Hasta para morir hay que guardar el tono”. Lugones tanguista. En El tango. Cuatro conferencias (Sudamericana, 2016) Jorge Luis Borges refiere que Leopoldo Lugones llegó a citarle alguna vez la letra de un tango de (Pascual) Contursi: “Acordate de la cruz/ que te regaló tu hermano/ y del huevo de avestruz/ sobre la mesa de luz/ que era un cajón de Cinzano”. Borges sospecha que esas letra fue inventada por Lugones. “Esas rimas”, dice, “me parecen más dignas de Lugones que de Contursi, que rima inevitablemente con cursi”. Lección agrícola. La señora a la que le compramos aguacates en el mercado me da el cambio. Se me cae una moneda de a peso. Mientras la recojo y ella se acerca a ayudarme, dice: “No suben; aunque haya tierrita cerca, (las monedas) no crecen solas”. Ayuno De Quincey. El escritor inglés Thomas de Quincey dice que alguna vez se sometió a un ayuno consistente en mucho té, una pizca de opio, y pecado. Título imposible. Inventé un título: Diccionario de lejanías y horario de casas quietas. ¿Por qué ya no es posible un título así para un libro de poemas? Quizá resulta posible dejando sólo el título, sin añadirle un libro. Quizá, sacando a ese título del título y metiéndolo a escondidas en algunos versos adentro de un libro que tenga otro título. Quizás resulte posible agregándoles títulos afines dispuestos en verso hasta hacer un poema de título “Títulos”. Lo que toda música quiere. Mi humilde oído lo sabe desde niño: lo que toda música quiere es volver a casa. El optimista. Era tan optimista que consideraba un ejercicio el tener que agacharse para levantar los interminables volantes publicitarios dejados sin mitigación posible a su puerta. Divisa y descuido. Este fin de año me enfermé; puedo atribuirlo a la morbidez-ambiente pero yo tengo la certeza de que todo se debió a un descuido de mi parte en materia de abrigo. Es que en algunos momentos del clima no fui del todo fiel a mi divisa, divisa inscrita en mi escudo de armas: “Siempre tener frío para nunca tener gripa”.

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Luis Miguel Aguilar
  • Luis Miguel Aguilar
  • [email protected]
  • Ensayista, narrador y poeta. Ganó el Premio del PEN Club México 2010 por Excelencia Literaria, y el Premio del Festival Internacional de Poesía Ramón López Velarde, en 2014. Publica todos los martes su columna El camaleón peripatético.
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