Cultura

Ante las balas del invasor

Varias veces en los últimos días —dice el camaleón peripatético en el cuarto donde escribo— oí mencionar el nombre de Amado Nervo como el de alguien que tuvo funerales apoteósicos. Curioso que haya sido en los albores del Mes de la Patria. Nervo fue pródigo en lo que puede llamarse “poesía patriosare”.

—Pero antes, algo que te concierne. En un libro muy disfrutable de Bernardo Ortiz de Montellano: Figura, amor y muerte de Amado Nervo (Ediciones Xóchitl, 1943) leemos que desde su infancia Nervo conservaría tres recuerdos “vivos, impresionantes”: una tía soltera muerta y tendida “en la gran sala del caserón familiar, en un lecho blanco, nevado de azahares”; una tortuga que “asomaba, como un dios asiático, su cabeza de serpiente” desde el fondo de un viejo pozo en el rincón del patio, y “los camaleones misteriosos que yacen entre las ropas de los armarios, sumidos en su nirvana, y que ostentan coronas de marqués”. Y en efecto, Nervo, camaleónico, sí que lo era. Hace años en el prólogo a Poesía popular mexicana (Cal y arena, 1999) apunté: “El gusto popular sigue acudiendo a Nervo en toda la variedad de sus registros: como poeta amoroso, civil o heroico, espiritual, filial, paisajístico, elegiaco, filosófico”. Veo ahora que debí separar civil y heroico; “heroico” debió ser para los poemas “patriosares” y “civil” para dos poemas incluidos ahí. Uno, “A México”, que empieza: “¡Ay infeliz México mío!/ Mientras con raro desvarío/ vas de una en otra convulsión,/ del lado opuesto de tu río/ te está mirando, hostil y frío,/ el ojo claro del sajón”; y otro, “Mi México”, escrito hace un siglo y un año, que dice entero: “Nací de una raza triste,/ de un país sin unidad/ ni ideal ni patriotismo;/ mi optimismo/ es tan sólo voluntad;// obstinación en querer,/ con todos mis anhelares,/ un México que ha de ser,/ a pesar de los pesares,/ y que yo ya no he de ver”.

—En esa antología incluiste también y por lo menos dos poemas heroicos de Nervo: “La raza de bronce”, dedicado a Benito Juárez, y “Los niños mártires de Chapultepec”. ¿Por qué, al paso del tiempo, prefieres este último?

—Se diría: porque soy de una generación a la que durante un año, mientras cursaba la escuela primaria, le tocó un Concurso Nacional para ver quién iba a ser el campeón declamador de ese poema. Todos nos aprendimos el poema de memoria y lo fuimos despedazando de tarima en tarima. Luego de aprenderlo y olvidarlo, puedo jurar que a muchos se nos quedó para siempre el estribillo, que se repite cuatro veces y que también nos aliviaba al pensar: “Esta parte ya me la sé”. Dice: “Como renuevos cuyos aliños/ un viento helado marchita en flor,/ así cayeron los héroes niños/ ante las balas del invasor”.

Flashforward a: la primera vez que leíste el poema de Salvador Novo que abre Poemas proletarios (1934), titulado “Del pasado remoto” por su primera línea, fue en Poesía en movimiento (9ª. edición, 1975).

—Por cierto, camaleón, ese poema es, digamos, el mayor poema anti “patriosare”; mejor dicho: el gran poema “contraoficial” de la poesía mexicana. Y me gana la risa cada vez que recuerdo cosas como la referida al héroe Carranza: “don Venustiano disfrazado con barbas y anteojos/ como en una novela policiaca primitiva”.

—Ya, serio. El asunto es que te sorprendió ver el estribillo de Nervo alterado ahí; Novo, quién sabe si porque tenía otra versión o si por malcitar o malrecordar o bienjoder, escribe: “y ‘entre renuevos cuyos aliños/ un viento nuevo marchita en flor,/ los héroes niños cierran sus alas/ bajo las balas del invasor’”.

—Pues sí. Pues no: el estribillo original es insustituible para aquellos niños (quiero decir: nosotros, no los héroes). Aparte del estribillo y versos aislados, de toda esa labor memorizadora se me quedó adherida una estrofa del poema. Es la estrofa más difícil y tal vez la más hermosa no solo de la poesía heroica de Nervo sino de toda la poesía “patriosare” mexicana. Dice de los Niños Héroes: “No fue su muerte conjunción febea,/ ni puesta melancólica de Diana,/ sino eclipse de Vésper que recrea/ los cielos con su luz, y parpadea/ y cede ante el fulgor de la mañana”. Alguna vez aventuré una interpretación basada en los dioses que menciona o a los que alude: Febo, el Sol; Diana, la Luna, y Vésper. Hoy, igual que de niño, la estrofa me basta o gusta solo por cómo suena. Y aunque, igual que de niño, quizás al último no entienda nada.

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Luis Miguel Aguilar
  • Luis Miguel Aguilar
  • [email protected]
  • Ensayista, narrador y poeta. Ganó el Premio del PEN Club México 2010 por Excelencia Literaria, y el Premio del Festival Internacional de Poesía Ramón López Velarde, en 2014. Publica todos los martes su columna El camaleón peripatético.
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