Desde tiempos inmemoriales, el poder político ha exterminado de manera sistemática y deliberada a grupos sociales por motivos raciales, políticos o religiosos.
En el Siglo XX, los ejemplos brotan con dolor lacerante: Holocausto. Hiroshima. Nagasaki. URSS. China. Ruanda. Armenios. Ucrania. Kurdos. Cambodia. Palestina. Guatemala.
¿Acaso no hemos aprendido nada de ese “inventario (histórico) de hechos sangrientos donde campean: la máxima intolerancia, los sentimientos más egoístas, las más nefastas ambiciones, los impulsos más primitivos, y la crueldad más inaudita del ser humano”? Trump es digno descendiente de ese inventario falto de piedad, compasión y clemencia.
Veamos. Su llegada a la Casa Blanca, legitimó el racismo y el odio recalcitrante contra todo aquello que no sea “norteamericano, blanco y puro”.
El 19 de junio, Kirstjen Nielsen, secretaria de Seguridad Nacional de Trump, aseguró que el gobierno “utilizará todas sus leyes a su alcance incluso si eso significa separar a los niños de sus padres cuando llegan ilegalmente al país”. Habrá Cero Tolerancia para ellos.
Bajo el argumento de que los EU necesitan “seguridad”, Trump ocultó su intención; desde mayo, separó a 2 mil 342 niños de sus padres y los encerró para sacar una Ley migratoria -de línea dura- en el Congreso y obtener 25 mil millones de dólares para construir el muro en la frontera con México.
Finalmente, el 20 de junio, bajo intensa presión de líderes políticos y religiosos de EU y del mundo, Trump fue obligado a firmar un decreto para “mantener unidas a las familias y al mismo tiempo garantizar una frontera poderosa con una política de tolerancia cero”.
Empero, ese “decreto no aplica a ninguna familia que haya sido separada”; pues los padres ilegales “tienen la responsabilidad de encontrar a sus hijos bajo la custodia del Departamento de Salud y Servicios Sociales”.
El mensaje es claro, Trump endurecerá su política migratoria hasta pintar los EU de un blanco, auténtico y puro.
Con ello, él demuestra que como humanidad no hemos aprendido nada.