Manolo Jiménez visitó cuatro veces los 38 municipios del estado. En su exigente gira de trabajo logró ciudadanizar su proyecto en torno a su liderazgo.
Mujeres y hombres -de todas las edades, escolaridades, clases sociales, preferencias religiosas y sexuales- avalaron su candidatura con un sentido de esperanza que trasciende la dimensión estrictamente electoral.
Este logro no fue gratuito. Tres son, a mi parecer, los criterios sustantivos detrás del mismo: (1) Jiménez es un candidato fuerte: proyecta confianza, frescura, experiencia y capacidad para afirmar y transformar el legado de Miguel Riquelme.
En esta precampaña de 19 días, Manolo demostró ser el candidato del cambio y la esperanza para Coahuila.
(2) Riquelme fue el artífice estratégico para unificar al PRI, más allá de sus desvaríos internos y las amenazas externas del PRI nacional.
Con paciente bisturí, Miguel despedazó a Morena; mientras fortalecía las capacidades profesionales de organización y movilización del PRI estatal.
(3) La coalición PRI, PAN y PRD probó ser la plataforma adecuada para arropar la candidatura de Jiménez y generar un modelo a seguir para estas elecciones en Coahuila y las de 2024 en el país.
¿Cuáles serían los objetivos electorales de Manolo? Avivar la esperanza de una transformación en Coahuila liderada por su gobierno de raigambre ciudadana.
Ganar las elecciones con una sólida votación que fortalezca la legitimidad de su gobierno.
Esto incluye tener -con los partidos coaligados- la mayoría absoluta en el Congreso Local. Erosionar el crecimiento de Morena para evitar su acumulación de fuerzas electorales en 2024.
Y minimizar la presencia del PT -en el estado, pero de manera particular en Torreón- para evitar que su candidato pretenda ser alcalde de esa ciudad y luego replicar su intentona de ser gobernador en 2029.
En este caso, la meta es regresar al PT a su marginalidad de origen.
Nota: El autor es Director General del ICAI. Sus puntos de vista no representan los de la institución.