El triunfo de AMLO representó un hálito de esperanza para las grandes mayorías excluidas de manera violenta de los beneficios del modelo económico neoliberal impuesto desde 1982.
Sin embargo, contra esa misma esperanza, el mismo AMLO declaró que México está en bancarrota.
¿Quedó la esperanza de 30 millones de mexicanos sepultada entre los escombros de esa debacle? Olga Sánchez Cordero, futura secretaria de Gobernación, lo niega al sostener que “se hará lo ‘humanamente’ posible para enfrentar los grandes problemas del país y Andrés Manuel si cumplirá sus promesas de campaña”.
La traducción de sus palabras es una: “El cumplimiento de las promesas de campaña partían de un diagnóstico errado del estado de las finanzas públicas y del funcionamiento del aparato de gobierno. Nuestro equipo, bisoño en esos menesteres, fracasó en establecer una correlación objetiva y precisa entre promesas y presupuesto, en un entorno gubernamental complejo. Empero, ‘haremos lo que se pueda’ para cumplirle a los mexicanos”.
A la par del divorcio entre promesas y presupuesto, surgen estos hechos: La Reforma Energética no va para atrás.
Sólo revisarán los contratos entregados. La Reforma Educativa no será totalmente erradicada. Salvarán aspectos relevantes. El Ejército y la Marina no regresarán a los cuarteles. Mantendrán tareas de seguridad. Los precios de la gasolina y el diésel no bajarán; se ajustarán con al mercado.
Permanecerán los salarios de los ministros de la Suprema Corte. La política económica de AMLO “no forzará las finanzas públicas ni pondrá en riesgo la estabilidad macroeconómica. Habrá disciplina fiscal y déficit cero, como lo han hecho los gobiernos neoliberales tan criticados…” por el mismo AMLO y sus intelectuales orgánicos.
En 3 años: ¿qué ánimo prevalecerá en esos 30 millones de mexicanos que votaron por AMLO? ¿El de la esperanza mínima o el de la esperanza en bancarrota? Entre ambas, está hoy Andrés Manuel.
