El debate sobre la época que vive la humanidad tiene dos polos: modernidad y posmodernidad; contrapunteo cinco de sus diferencias salientes.
Mientras en la modernidad, el hombre es sujeto o centro de la historia; la racionalidad y la objetividad son punto de partida hacia el conocimiento; el progreso es siempre ascendente y la utopía alumbra sociedades posibles; en la posmodernidad, sin embargo, muere el hombre para ser reemplazado por las estructuras burocráticas y las herramientas tecnológicas; la irracionalidad y la subjetividad pasan a ser principio del conocimiento; el progreso ya no es ascendente sino regresivo y la distopía anuncia mundos o sociedades apocalípticas.
Por ello, de 1980 a la fecha, cae el velo ilusorio o moderno, que idealizaba nuestra vida en sociedad, para mirarnos en toda nuestra desnudez posmoderna y publicitarla en medios de comunicación y redes sociales.
Desde la familia glorificada aparece el incesto, la violencia doméstica y el abuso sexual.
En la educación, prolongación ideal de la familia, surgen las peleas y el acoso o bullying entre alumnos y al abuso sexual de maestros para con ellos.
Las iglesias, sin pudor, son marcadas por casos de pederastia, abuso sexual y corrupción.
Las élites económicas y políticas compiten sin escrúpulo para repartirse el país y el planeta en un océano de corrupción e impunidad.
Mientras los medios de comunicación y las redes sociales exaltan cada pliegue de nuestra desnudez y cada recoveco de nuestras miserias.
¿Importan en ese giro de la historia, la pobreza global, las migraciones del sur al norte y el cambio climático? No.
Porque es más relevante exaltar la desnudez de nuestra propia miseria, para publicarla en medios y redes sociales. (Continuará).