El dios Cronos marca su ritmo.
En esta época en la que termina un año, según el calendario, todo es propicio para meditar sobre la ligereza célere y celestial, porque es planetaria, del tiempo, que existe como un ente absoluto, derivado del equilibrio posicional del dios de éste, nuestro firmamento, que es el Sol.
Esto, porque al margen de la relatividad, de que si somos nosotros una realidad material o es el espacio de la física cuántica; a través de los siglos milenarios de la historia, que a veces se acelera y erróneamente se ha creado un parámetro inamovible, que empieza y termina, y que durante el mismo los minúsculos seres humanos nos vemos inmersos en una lucha, con un principio y solo un final absoluto, en donde las circunstancias se modifican, aparentemente por las actitudes humanas, sin reconocer que el tiempo se puede acelerar, basado en los hechos históricos, o se puede percibir en forma distinta a la realidad, de acuerdo a los ciclos que, por alguna razón, pueden modificar nuestras vidas.
Está terminando el llamado año 2021 y se ha parecido mucho al que sucedió hace 100 años, porque una pandemia, en aquella época de la influenza española y ahora con el coronavirus, está modificando tanto nuestra vida, como lo está haciendo la diosa de la tecnología, que no es Minerva, porque ésta no tiene sabiduría, sino solo tiene intereses, y lo peor es que estos intereses son encauzados por la mano de los hombres que han demostrado, con algunas excepciones místicas que, como diría Chesterton, están buscando con ahínco en un cuarto oscuro un sombrero negro que no existe.
Valga esta introducción para tratar de comprender por qué sobrevive la humanidad, diagnosticada en su entorno cultural, a tantos pesares, que los frívolos los definen en las finanzas, que suben o bajan y que en este año, en particular, fueron muy inciertas u otros más pensantes los traducen en el misticismo y en la religiosidad de pensar en otro mundo diferente, en el que factores más profundos y dimensiones diferentes, en torno al quehacer del ser humano en su paso efímero por el planeta, buscando equivocadamente lo que en verdad existe más allá de lo físico y que se traduce en la supervivencia de una esperanza, más allá del fin físico corpóreo que la muerte representa; o de los triunfos, también transitorios, del llamado éxito, que nunca se sabe si es en el poder, en la economía o en el conocimiento de uno mismo, en donde está la verdadera fuente de lo que cada vez se aleja más, pero que es la que nos mantiene vivos en el espíritu, que es el misticismo y la religiosidad.
Mucha gente hace gala de ser agnóstico o ateo y pierde así su única esperanza de una longevidad eterna, y se aferra entonces a lo más transitorio y lo menos permanente, que son el poder y la economía, o el control y la búsqueda permanente del mundo mágico de la materia, que nunca termina.
Todos estos pensamientos los comparto este fin de año porque, conforme el tiempo avanza inexorablemente, disminuye lo que realmente existe, que es el principio y el fin de la búsqueda de la felicidad, en el marco religioso del amor a los llamados semejantes y también a uno mismo.
Descartes: pienso, luego existo… Expreso mi amor al espíritu que me permitió ser, de nuevo otra vez, en un año más y en un mundo igual de incierto, pero con la esperanza de ser mejor, porque lo que estamos viviendo en la actualidad, con la pérdida de la espiritualidad, no podía estar peor. Les deseo un año distinto.
Luis Eugenio Todd