El glacial viento decembrino de Nueva York, convertía rápidamente en figuras caleidoscópicas las gotas de lluvia sobre el cristal.
Al otro lado de la ventana, en la habitación el calefactor irradiaba sólo el calor necesario para mantener afuera el frio invierno neoyorkino, así estaba ajustado, había que pagar el recibo de la Compañía Edison y las alforjas de María se iban quedando cada vez más vacías.
Hacía ya seis meses que no sabía de su esposo y las noticias de México eran preocupantes, María eligió la aguja de ojo redondo y punta roma y empezó a dar las últimas puntadas a la blanca mantilla de boda, que debía entregar y esperaba cobrar la mañana siguiente.
Sobre la seda, María había bordado otras figuras tan bellas como las de su ventana, pero éstas nacidas de su propio caleidoscopio, el de su rica y exquisita imaginación.
Eran tiempos difíciles, la estupidez humana llenaba una vez más de luto y dolor la vida de miles de familias y la de ella no era una excepción.
La sensación permanente de un futuro incierto la angustiaba y el bordado y las clases de piano eran, además de un ingreso, una forma en que lograba aliviar sus temores.
María sonrió suavemente para sí misma pensando: Qué lejos quedaban en su memoria sus estudios de piano con Claudio Aquiles Debussy en París; que lejos sus primeras puntadas de bordado en Madrid; que lejos sus estudios de canto en México con su tía Cuca.
¿Tendría que vender su piano?, la idea la aterrorizaba, el piano lo era todo para ella, era 1916 y a sus treinta y un años y con dos hijos, no sería fácil encontrar trabajo, pero con frecuencia recordaba el consejo recibido cuando niña del compositor húngaro Franz Lehar, famoso por sus operetas:
“No te encasilles en las formas convencionales de la música y deja que fluya tu sensibilidad y tu inspiración”.
María siguió aquel consejo y de la pérdida de su hija de tan sólo seis meses, surgió la bella canción “Muñequita linda” y de su profunda sensación de soledad y de esperanza que la hacía “buscar un alma como la suya”, surgió “Alma mía”, quizás la más bella canción de María Grever.