Nadia Vera fue una amiga muy cercana a mí, compartimos muchos momentos de reflexión y fue, indudablemente, una de las mujeres que instruyó mi camino por la defensa de derechos humanos. Compartí con ella y con mi pandilla que construí en la Xalapa del periodo de Duarte, incluido Rubén Espinosa y otras personas activistas.
El caso Narvarte es una herida muy personal para mí del que importan, no sólo el vínculo propio, sino la impunidad.
Pese a que hay tres personas que fueron procesadas, el caso no se ha logrado esclarecer, ni tampoco se ha completado una investigación para dar con las demás personas que, se sabe, estuvieron involucradas.
Junto con Nadia y Rubén, también fueron asesinadas Alejandra Negrete, Yesenia Quiroz y Mile Martín. La justicia que se debe es con ellas y él, pero también es con sus familias y sus seres queridos e, incluso, se debe justicia a toda la población porque no tenemos una promesa de no repetición.
Ocho años no se cuentan fáciles para quienes perdimos a Nadia, a Rubén, a Alejandra, a Yesenia y a Mile, pero tampoco han sido suficientes para resolver las deudas pendientes. La relatividad del tiempo y del compromiso se viven distintas para las autoridades.
Narvarte no se puede olvidar como no se puede perdonar en un México en el que, desde 2015 hasta este mes, se han asesinado a 79 periodistas como Rubén; y sin tener cifras exactas, se calcula que ocurren alrededor de 10 asesinatos de mujeres todos los días. Cada caso no resuelto es una deuda pendiente que queda en la memoria colectiva.
Mientras el caso Narvarte siga impune nada nos asegura que un multihomicidio no se volverá a repetir, porque las instituciones responsables no han demostrado ser capaces de brindar reparación, de hacer pagar a quienes son responsables del delito y de cumplir las promesas que han hecho insistentemente a las familias de las víctimas y a quienes pugnamos por ver justicia.
