La pandemia de Covid-19 dejará también estragos en el sector de la educación.
La UNESCO calculó que 24 millones de estudiantes en todo el mundo, desde preescolar hasta nivel superior, podrían no volver a la escuela este año como resultado de cierres, según el informe ‘Education in the time of COVID-19 and beyond’.
En el caso de México, la Secretaría de Salud informó que el próximo ciclo escolar 2020-2021 será a distancia porque no hay condiciones para que el alumnado acuda de forma presencial.
De esta manera, los centros educativos tanto públicos como privados enfrentan retos para adaptarse a los esquemas en línea, y a la vez, proponer acciones innovadoras que permitan favorecer el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Docentes, madres y padres de familia también se ven afectados por estas nuevas circunstancias.
Desde marzo de este año, en el País las instituciones de educación tuvieron que improvisar acciones para adaptar sus programas de estudios con resultados limitados.
Escuelas con pocas capacidades, escasos recursos o resistencias al uso de la tecnología; maestros(as) agotados y con incertidumbre laboral; mamás y papás dedicando horas extras a la enseñanza sin bases pedagógicas; adolescentes pegados al monitor prácticamente todo el día; y menores de 4, 5 o 6 años jugando a la videollamada sin comprender porque no podían verse con sus demás compañeros.
A pesar de lo anterior, no podemos perder de vista que la educación, independientemente de la contingencia sanitaria, es un derecho humano de todos los niños, niñas y adolescentes, y que por un lado las instituciones del Estado están obligadas a garantizar este derecho, pero también la ciudadanía tiene una corresponsabilidad con el mismo.
En definitiva, la educación también es una forma positiva de establecer rutinas que permiten dar una estabilidad a los menores, un manejo productivo del tiempo y la posibilidad enfrentar el miedo o estrés que puedan estar sintiendo a causa de la pandemia.
@nonobarreiro
