Decidí tomarme un descanso para hacer algunos viajes al interior de mi país. En los últimos días realicé un largo recorrido por el sureste, el Bajío y el norte de México.
Me subí a colectivos, aviones, taxis y conté con el aventón generoso de amistades. También mis pies fueron un buen medio de transporte.
Mis nuevas aficiones por trotar y trepar el monte me han ayudado a percibir de otra forma los lugares que visito.
Mi travesía comenzó en San Cristóbal de las Casas, donde asistí a la ceremonia para la declaratoria de La Montaña Maya como un lugar sagrado, con la finalidad de sensibilizar a las personas que desean la privatización del sector.
Luego conocí el trabajo de un grupo de nadadores en Puerto Vallarta, Jalisco, que, sin mayores pretensiones, se han sumado a iniciativas internacionales para preservar las ballenas.
También pude dialogar con personas que están buscando nuevas formas de nutrirse en el plano físico, mental y espiritual.
Hubo charlas de todo tipo: desde el problema de la violencia en el país, el patriarcado, los derechos de la comunidad LGBTIQ+, los feminismos, la crisis ambiental y, por qué no, alguna que otra crisis personal.
Fui testigo de la alegre apropiación ciudadana de los espacios públicos en los festejos de Navidad y Fin de Año, y, a la vez, de la privatización agresiva de los recursos naturales por parte de grandes consorcios hoteleros y del narcotráfico, que dejaban su huella tanto en las pintas callejeras como en el acelerado crecimiento de comercios de lujo.
Pensé en lo afortunada que era al contemplar hermosos atardeceres en compañía de personas entrañables, y al mismo tiempo sentí el miedo de perder ese maravilloso regalo, debido a la poca conciencia que tenemos sobre el cuidado del espacio público y, en general, del planeta que habitamos.
Mi país es tan diverso como las formas en que las personas se organizan para preservar y construir un sentido de comunidad, basado en la paciencia y el respeto a las diferencias.
Hay un hilo invisible que nos une: el amor por lo que compartimos, por lo que nos trasciende.
Ese hilo es la esencia de nuestra humanidad. Y aunque a veces parece frágil, cada paso que damos para cuidarlo nos recuerda que aún tenemos la capacidad de imaginar y construir un futuro común.