Hace más de una década viví en Piedras Negras, ciudad fronteriza al norte de México, en pleno auge de la violencia criminal.
Recuerdo que uno de los primeros recorridos que hice a la localidad fue a las casas y a los negocios, saqueados y luego quemados por los grupos del narcotráfico debido a que los dueños se habían negado o no tenían los recursos suficientes para el pago del llamado “derecho de piso”.
La imagen fue impactante y por desgracia se fueron sumando más hechos que forman parte de los años más violentos de la historia reciente de Coahuila.
Las heridas aún supuran por los casos sin resolver de personas desaparecidas.
Ahora resido en Chiapas, una entidad que me ha cautivado por su belleza y riqueza, natural y cultural. Un verdadero paraíso.
Con gente amable y amorosa, tanto de pueblos originarios como extranjeros.
Pero de nueva cuenta, se recrearon las imágenes de años atrás en mi cabeza.
En las redes sociales comenzaron a circular videos de grupos civiles armados que recorrían la parte norte de San Cristóbal de las Casas, lanzando disparos al aire.
El pánico y la zozobra de la población se hizo presente. Personas en hospitales y centros comerciales se observan pecho tierra.
La población denunció que llamó al 911, sin recibir una respuesta concreta por parte de las autoridades y la participación de la milicia fue tardía.
Hace días, el gobierno de Guatemala declaró “estado de sitio” en poblados aledaños a la frontera con México.
Por su parte, el gobierno chiapaneco anunció el despliegue de un fuerte operativo militar que pretende garantizar la seguridad de la población, luego del asesinato del presidente municipal de Teopisca, Rubén de Jesús Valdez Díaz, la mañana del pasado 8 de junio, ocurrido afuera de su casa.
En Chiapas es notoria la activación de grupos criminales, más allá de los conflictos sociales habituales en esta región del país.
De norte a sur, algo se mueve, y la ingobernabilidad producto de la violencia criminal lleva más de una década instalada en todo el territorio mexicano.
Ojalá que la violencia no se estanque hasta el grado que nos comencemos a acostumbrar a ella y luego ya nada nos sorprenda.
Ojalá que la experiencia vivida años atrás sea un referente para poner un alto, así evitar muertes y dolor.
Ojalá que no nos olvidemos que vivir en paz es nuestro derecho.