¿Cuál aroma, edificio, flor, árbol, caricia nutre la existencia? Hay una nostalgia natural, que remite a un pasado próximo, en esta posmodernidad que habitamos y fluye veloz como click del celular.
Esos instantes se han tatuado en la memoria, para evocar lo intangible, llenar los huecos, los espacios vacíos, el cóncavo del alma por eso surge la necesidad de un lienzo, una hoja, una piedra para convertirlo, transcenderlo en arte, en un recipiente de color, luz, transparencia, asombro, magia.
La exposición “El paisaje que nos falta” del pintor Gustavo Sánchez Tudón nos invita a subir a un barco de papel, como si fuera un gran buque y navegar en ese riachuelo infantil, océano de sueños.
Nos llevará a lugares recónditos, con su pincel nos quiere mostrar algo, que ya no es. Como el verso de Neruda, Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos. Ocres, amarillos cilíndricos, verdes, rostros. Muerte y tradición, los rompevientos de la playa, un jardín en Tamós, el arlequín como en la antigüedad, con sus colores llamativos presencia lugares que él mantiene vivos en su recipiente creativo.
No hay una presencia del río Pánuco, de manera directa, física, pero está inmerso en su asombro, en el rumor, en la fuerza de su pulso, es el origen, como Adán y Eva, lo primigenio que late constantemente al ritmo de nuestros latidos porteños.
Las paredes de la galería Monet, en la calle Salvador Díaz Mirón, también nos llevan a otros panoramas de la ciudad, y adentro podemos admirar el paisaje que ya no es y vive en diversas dimensiones, las imágenes de los lugares nos invitan a una contemplación de paz de transparencia, también es una provocación a conversar con las líneas en abstracto. ¿Por qué nos faltan esos sitios? ¿Alguien los desterró, los borró?
Sánchez Tudón es originario del Mante, ligado al puerto por su familia y los amigos, pintor y poeta radicó en Bucarest, estudio en la Escuela de Pintura y Escultura “La Esmeralda” fue discípulo del maestro muralista Ramón Cano Mancilla, ha expuesto en diversas galerías, podemos acercarnos a conocer “El paisaje que nos falta” y afirmar con melancólica alegría que Tampico fluye en el corazón de tantos que escriben, cantan, pintan, danzan, con su aroma de trópico que se dispersa en la memoria y las obras de sus creadores. Carpe diem.