Estamos viviendo un mundo marcado por la desconfianza institucional y la fragmentación social, pareciera que somos dos equipos que se confrontan, que se taclean y obstaculizan uno al otro, donde el gobierno trata de cubrirse ya sea bloqueando totalmente la participación ciudadana o presentando esquemas de participación simulada, en tanto los ciudadanos toman posturas que van desde una apatía total de la cosa pública, en donde no les interesa nada de lo que el gobierno hace porque no creen en él, y lo más que hacen es criticar en redes sociales o por el contrario se envisten en golpeadores que solo saben decir “está mal, son unos corruptos, son unos rateros, malos gobernantes”, sin aportar nada, como un simple coro, sin orden ni estructura.
En México, estamos acostumbrados a que sociedad y gobierno vivan como en mundos separados, olvidando que sin coordinación real entre ambos es muy difícil lograr avances reales.
La sociedad no debe ser concebida como un ente pasivo ni como un mero receptor de políticas públicas, no puede quedarse en la queja ni en el “ya qué”; Su papel debe ser el de co-creadora de soluciones, vigilante del poder y promotora de valores democráticos. Necesitamos ciudadanos que se metan de lleno, que pregunten, que propongan, que vigile, y no desde el enojo, sino desde el compromiso, porque participar no es solo ir a votar cada tres años, es estar ahí, todos los días, empujando para que las cosas se hagan bien.
Por su parte, el gobierno debe abandonar la lógica vertical y burocrática que históricamente ha marginado la voz ciudadana, tiene que dejar de ver a la ciudadanía como estorbo o como un golpeador potencial y abrirse a esquemas de gobernanza colaborativa, estableciendo espacios de diálogo verdadero y de co-creación, donde la escucha activa, la transparencia y la rendición de sean prácticas cotidianas; no basta con invitar a foros o hacer eventos con sectores de la sociedad, el Gobierno debe construir confianza, con acciones de colaboración y participación auténticas aunque a veces incomode.