Somos 129 millones de mexicanos. Anoche, no sé cuántos, fuimos testigos de una ceremonia más del llamado Grito de Independencia, con el que recordamos el inicio del movimiento independentista que encabezó el cura Miguel Hidalgo, Padre de la Patria.
En lo personal, dicha ceremonia me atrapa.
Desde niño, en casa, nos fue inculcado un respeto por las efemérides que tuviesen que ver con la historia de nuestro país.
Sí creo que fue una acción positiva de mis padres, la emoción se metió en la sangre, en los ojos, en la piel, en el corazón.
Luego, leer sobre Hidalgo, su vida, complementó el respeto por ese pasaje histórico.
Hidalgo fue capaz de empezar a romper las cadenas del yugo español, se rebeló contra lo que aún no termina por extinguirse y que, pasado el tiempo, ya obedece a otro contexto, a otra generación, pero siempre atribuible a la falta de amor al prójimo, a la ambición desmedida, al afán de lucro, al acentuado racismo, a la perpetua discriminación de la gente pobre, a la exclusión racista de niños, jóvenes, adultos y ancianos (mujeres y hombres).
La lucha de Hidalgo, sin embargo, no fue en vano, nos mostró -y aprendimos- su capacidad de resistencia, que el camino hacia la justicia social es largo, sinuoso, cuesta arriba y cuesta abajo, pero siempre una condición inspiradora para lograr llegar una meta, y otra y otra.
Hidalgo, acribillado incluso por la historia escrita y narrada por apátridas, se mece en un reconocimiento mayoritario porque su gesta trascendió y hoy, aunque cueste aceptarlo, hay una soberanía popular que, bien o mal, le da rumbo al presente.
Él publicó en “El Despertador Americano”: ‘los derechos para gobernarse y disfrutar las riquezas de su territorio... la educación, las virtudes morales de que sois susceptibles, el cultivo de vuestros despejados talentos para ser útiles a vosotros mismos y a vuestros semejantes, aún se hallan en el caos de la posibilidad’.
E hizo un llamado que en este 2023 debemos escuchar: ‘Meditad sobre vuestros verdaderos intereses y a la unión de todos.
No necesitamos sino unirnos. Unámonos, pues, todos los que hemos nacido en este dichoso suelo (…) Establezcamos un Congreso que se componga de representantes de todas las ciudades, villas y lugares’.
Porque, aunque muchos no lo crean, en el medio político se sigue jugando al revés, chueco, quebrantando ese espíritu emancipador, quizá por ambición, quizá por cortedad de miras, quizá por ignorancia, quizá porque hay “mexicanos” que se sienten superiores y por lo tanto abusan de todo y de todos.
Echémonos un clavado en la historia, leamos de heroínas, de héroes anónimos, regocijémonos de ellas y ellos, del océano de mexicanos ilustres, poetas, escritores, músicos, actrices y actores, compositores, intérpretes, bailarinas y bailarines, artistas plásticos, de quienes han hecho un cine de altísima calidad, e igual de teatro, de dramaturgos, ensayistas, científicos, deportistas, de nuestros Premios Nobel, también de quienes se han dedicado y se dedican a la política y honran su vocación de servir, por aquellas religiosas y religiosos que enaltecen su vocación, de las maestras y maestros que entregan su vida al sagrado magisterio desde la educación inicial.
Hagamos causa común con este país que es de todos, para todos, respetemos la memoria de quienes nos heredaron esta Patria a costa de su vida y con sus acciones por la justicia y el amor en favor del pueblo, ¡y que viva México!