El presidente electo de los Estados Unidos, Joe Biden, tiene un mandato sumamente retador por delante. Después de una victoria menos decisiva de lo que esperaba, el futuro mandatario recibe un país dividido por dos facciones directamente opuestas. Por un lado, tiene a la minoría vocal de su propio partido proponiendo cambios que para Estados Unidos son extremadamente liberales e impopulares y por el otro, tiene a la mayoría conservadora que después de confiarle su dirección al pronto ex presidente Donald Trump, se encuentra enrocada en su proteccionismo social y economía neoliberal.
Joe Biden fue escogido como candidato por los demócratas justamente porque era la alternativa más tolerable para la media electoral del país que le dio la victoria en noviembre, pero al igual que durante los periodos presidenciales de Barack Obama, el partido demócrata quiere aprovechar de su tiempo en el poder para forzar políticas progresivas a un electorado que no las quiere. Los demócratas siguen creyendo que pueden forzar al país a aceptar una reforma migratoria, una visión más ecológica, un plan económico con más bases sociales y un sistema de salud más comunal. Por supuesto que muchas de esas medidas son mejores para el electorado, pero hay una gran diferencia entre forzarle la receta al paciente y convencerlo del diagnóstico.
Al mismo tiempo, Estados Unidos no ha hecho la paz con el trumpismo y tiene una historia complicada al tratar de enfrentar los tropiezos de su pasado. Para empezar, casi la mitad de la población electoral sigue prefiriendo la visión trumpista y además de que es probable que los conservadores sigan con el control del Senado los próximos cuatro años, el próximo ciclo electoral los favorece. Si Biden quiere lograr cualquier tipo de impacto durante su presidencia, va a tener que encontrar aliados en su oposición y construir puentes entre dos facciones que no tienen mucho en común.
Sin embargo, aquí viene la historia complicada que tiene Estados Unidos con esas recetas mediáticas. Después de eliminar la esclavitud, vino una etapa llamada la “reconstrucción” en la que se desvirtuó mucha de la igualdad que se había logrado para tratar de buscar la unión entre los esclavistas y los liberadores. Al igual después de la Gran Depresión, la Guerra de Vietnam y la lucha por los derechos civiles. Por eso los demócratas sienten que, si tienen el poder, deben aprovecharlo para forzar cambios, porque cada gran paso de progreso ha venido con tres pasitos hacia atrás que tardan generaciones en recuperarse.
No es nada envidiable la presidencia que hereda Joe Biden y a pesar de que realmente parece ser la persona mejor equipada en el ring político estadounidense para navegar una situación tan compleja, no apostaría a que le salga la maniobra. Si apoya las iniciativas de su partido, tendrá a los conservadores totalmente en su contra y asegurará derrotas en las próximas elecciones y el regreso a una supremacía republicana a corto plazo. Si busca un punto intermedio, perderá el apoyo de la base ideológica de su partido y patea el balón al próximo líder para hacer cambios de alto impacto.