Política

Cómo romper la cadena electoral

  • Columna de Juan María Naveja Diebold
  • Cómo romper la cadena electoral
  • Juan María Naveja Diebold

Hay una mecánica evidente, pero previamente inesperada que sucede en las democracias contemporáneas. El rol de estrategia estadística da poder electoral a grupos minoritarios en un proceso diseñado para darle el poder a la mayoría. Es importante reconocer como premisa que los procesos electorales no son malévolos ni benévolos, aunque las consecuencias sí lo sean – los procesos son eficaces cuando materializan los resultados justos en la balanza de las reglas que se han puesto o ineficaces cuando pueden ser manipulados. Además de las amenazas de compra de votos, papeletas inválidas, manipulación electrónica, propaganda maliciosa y conteo fraudulento; el sistema electoral contemporáneo traiciona al fundamento de la democracia porque estrictamente no resulta de la voluntad de la mayoría.

Existe un problema inherente elemental: a la hora de las elecciones, los votantes tienen que escoger entre alternativas que, muchas veces, ninguna los complace. Es obvio que los mexicanos queremos gobernantes honestos, inteligentes y patriotas y es igual de obvio que, si es que existen hombres y mujeres así, mientras votemos por partidos políticos no los tendremos porque una persona de esas características difícilmente se afiliaría a un partido político. Sin embargo, cada que entramos a una casilla, esas son nuestras opciones. El sistema no funciona.

Aun así, ese problema siempre ha existido y el reto asociado con armar un consenso entre miles y hasta millones de personas demanda que escojamos entre rojo y amarillo sin tonos de naranja. La falla que se ha ocasionado en las últimas décadas con el adviento de la estrategia política es que hay bloques electorales predeterminados, las elecciones las deciden los indecisos, por lo tanto, las contiendas se concentran en aquellos temas que les permitan atraer a los indecisos.

En México están los que siempre van a votar por el mismo partido político, los que iban a votar en contra del Peje (¡Viva Andrés Manuel I! ¡Viva!) y el voto del descontento, que siempre está en crisis y va a votar por el candidato que más en contra está de quien ostenta el poder. No hay manera de cambiar esos votos. Volteemos hacia Estados Unidos, en donde la base de los dos partidos políticos es similar y está entre 42% y 43% del electorado cada uno, así que la elección la decide el 15% de la población y la tarea de los políticos se convierte en satisfacer las quejas y preocupaciones de una minoría.

El resultado es que muchos temas que podrían tener un consenso son hechos a un lado inconscientemente por esta minoría. Por ejemplo, está bien documentado que la mayoría de los estadounidenses quieren limitar el acceso a las armas de fuego, pero la mayoría dentro de ese 15% no, así que se entierra el tema. Sucede lo mismo con asuntos como reformas educativas, fiscales, electorales y de salud.

Estadísticamente, nunca vas a poder evitar que la minoría que está dispuesta a considerar sus opciones decida las elecciones. Es tentador pensar en incorporar más referendos electorales a las elecciones, pero el desastre que es el Brexit en Gran Bretaña nos tiene con un mal sabor de boca; los electorados no están listos para responsabilizarse de esa manera.

La respuesta no está en decodificar a esa minoría decisiva, está en romper los bloques mayoritarios. Una idea es eliminar al candidato (y toda la publicidad – sí, toda) en vez de al partido político. Los partidos escogen a su candidato, como siempre ha sido y el electorado vota por una representación porcentual en base a propuestas presentadas sin candidato ni partido. Se revelan los autores y ganadores después de la elección. Por supuesto que se puede prestar a abusos, pero menos de los que hay actualmente.

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