El domingo pasado estuvo salpicado de hechos que representan a la vida: lo bueno y lo malo se pusieron de acuerdo para aparecer el mismo día y en el mismo evento.
Santos le ganó a Bravos de Juárez y con ello se metió de llenó a los primeros cuatro lugares de donde no deberá salir. Eso fue celestial.
El reconocimiento y homenaje a Oribe Peralta es la acumulación y síntesis de éxitos, sueños, campeonatos, recuerdos, gozos y lágrimas que un personaje le brindó a Santos Laguna por eso es histórico, sublime, digno de ser recordado para siempre. Fue celestial.
El mismo personaje le otorgó al país futbolero algo único (medalla de oro) y lo sublima más. ¿Quién se atreverá a olvidar a Oribe Peralta? Los demonios huyeron de Wembley.
Pero los ángeles son perseguidos por los demonios. Javier Correa completó el triunfo de Santos aunque manchó su obra.
Encaró a la afición y de paso despreció a dos de sus compañeros que deseaban celebrar con él. Fue un festejo de gol no compartido. No sé qué acto fue más demonio; si el rechazo o el encare.
Tenemos la obligación de comprender a Correa en caso de que él se sienta perseguido por alguien o por la afición entera, lo cual no es tal.
Lo que él debe hacer es jugar mejor, seguir anotando si es el caso y de ahí se desprenderán vítores y reconocimientos como Peralta los tuvo.
El futbolista es centro de atracción especialmente para los seguidores del equipo con el que juega.
Es conveniente aguantar y callar bocas con esmeradas actuaciones. A Correa le apareció su demonio cuando había regalado una obra angelical.
Fue un domingo con presencia terrenal, infernal y celestial. No lo vamos a olvidar porque lo gracioso invitó a la fiesta a lo incómodo.
Todo se comprende porque forma parte de nuestra existencia. Felicidades a Oribe, al Santos y también a Correa, esperando que su actitud no se repita.