Brevemente mencionaré los más representativos talleres literarios que consignan la formación de sobresalientes escritores mexicanos contemporáneos. El iniciado por el narrador Juan José Arreola allá por los años sesenta, el del poeta Juan Bañuelos, impartido en la UNAM a inicios de los setenta (de este taller surgió el movimiento infrarrealista) y el experimental itinerario planificado por el INBA a mediados de los mismos setenta y coordinado por el ecuatoriano Miguel Donoso Pareja, mismo que tendría como sedes a las ciudades de Aguascalientes, de San Luis Potosí y Puebla.
He escrito en algún otro medio que sin la presencia de estos talleres, no se explicaría parte de una buena producción literaria en nuestro país. Una labor inconclusa que dejó Guillermo Samperio, fue precisamente el recuento de obras dispersas que nunca se reeditaron, producto de esos talleres.
Pero, como sucede, los talleres tuvieron sus ciclos, y los ciclos se cierran. Metodologías diferentes, alumnos que habrían de desaparecer de la noche a la mañana y obras verdaderamente sobresalientes.
Es cuestión de volver a la historia aunque el registro que nos queda es sumamente árido. Hay quienes dejaron una obra dispersa en suplementos culturales, hay quienes sólo editaron alguna plaqueta y los hay quienes aún continúan produciendo obras representativas.
El paso de las generaciones me ha enseñado que los menos interesados en defender sus proyectos literarios son los más porque descubren que “lo literario jamás les importó”.
Es posible que estas líneas me atraigan algunas duras críticas. A mi edad nada que se diga me hace daño.
Pues luego vino una especie de auge, una demanda de talleres en casi todos lados. Y es aquí cuando llegaron los improvisados, los que vieron que podrían ofrecer “un taller” trátese de poesía, novela, cuento, guionismo, etcétera. La diferencia es que ahora cobran como no lo hizo ni Arreola ni Bañuelos. Y -díganme- ¿quién los autoriza para impartir talleres literarios? Nadie. Es autopromoción, engaño. Su propia obra es pobre o es nula, desconocida y anónima.
Ejemplos hay muchos, demasiados. Lo bueno que los falsos talleristas a nadie engañan, nadie con un poco de sentido común se inscribe a tomar un taller donde nada aprenderá.
Y ellos, los “coordinadores” han sido autores de una fugaz obra desechable, basura, sólo basura. Es otra constante. Los talleres cerraron su ciclo hace mucho, dejaron de ser una opción. Y el panorama es pobre, pobre.
Juan Gerardo Sampedro@Coleoptero55