Se ha insistido mucho en las coincidencias temporales de las detenciones de los ex gobernadores Tomás Yarrington y Javier Duarte. Vistas ambas noticias con mayor detalle, tal vez lo único que tengan en común ambos personajes es lo de haber sido gobernadores. En todo lo demás, las diferencias son abismales.
El ex gobernador veracruzano se dedicó al saqueo de las finanzas públicas mediante contratos amañados, prestanombres, triangulaciones a través de empresas fantasmas. Un ladrón de las arcas públicas, común y corriente, tal vez a lo bestia y sin sentido alguno del límite y discreción. Incluso, si hubiera una indagatoria a fondo del destino de esos recursos no aparecerían más que los esquemas tradicionales de uso de recursos de procedencia ilícita en la política mexicana: bienes raíces, precandidaturas y campañas. Javier Duarte no iba a terminar su carrera política a los 44 años de edad. Crear una red nacional de complicidades y deudores entre presidentes municipales, diputados locales, gobernadores, congresistas federales, era una forma de construir eventualmente, llegado el momento, una presidencia del PRI nacional. No tenía más afanes que eso, ni ideas, ni visión. Es evidente que en el modo y circunstancias de su captura más le vale guardar silencio. Duarte no es un capo, tiene la piel muy delgada. De otra forma no se explica que haya sido capturado rodeado de toda su familia como en funeral de pueblo.
El caso de Yarrington es totalmente diferente. En la ya larga historia del narcotráfico en México a gran escala desde los años 60, de ser ciertas las acusaciones de Estados Unidos contra el ex gobernador de Tamaulipas, estaríamos ante el primer caso de la aprehensión de un auténtico empresario, con todas sus virtudes y defectos, de la industria global de los estupefacientes.
Y hay que enfatizar el de ser ciertas, porque las acusaciones provienen de testigos protegidos de la DEA, corrupción probada en un sinnúmero de veces, y de información de la procuradora mexicana de Calderón, Marisela Morales, que más que como procuradora funcionaba como informante de la DEA. Pero hay datos que llaman la atención. El refugio de Yarrington en la Península de Calabria, evidentemente con conocimiento y, cabría especular, la protección de una de las organizaciones criminales más importantes de Europa. Hasta el estilo personal de Yarrington es contrastante con el de todos los narquitos mal llamados objetivos principales. Un bon vivant, cosmopolita, discreto, durísimo en el hacer más que en el decir.
Qué bueno que lo tenga Estados Unidos, que, si fueran consecuentes y las acusaciones fueran ciertas, la detención de Yarrington podría llevar a la detención de grandes capos estadunidenses, de los cuales ni uno solo está en la cárcel; ni siquiera están perseguidos y deben ser contribuyentes mayores de las periódicas campañas de demócratas y republicanos.
A Yarrington, si hacemos memoria, le faltó tiempo para llegar a ser candidato a la Presidencia de la República. Mientras, sedujo a políticos y empresarios dejando siempre la mejor impresión personal y constancia de su eficacia. Las apariencias engañan.