La realidad política se acomoda y aclara el escenario de los votantes hacia el 1 de julio de 2018. Margarita Zavala ya se fue del PAN y sus votantes no le restan un solo voto al PRI. El menosprecio de la candidata independiente al peso electoral de su ex partido no es obstáculo para que el PAN, con o sin Frente Ciudadano por México, sea un contendiente relevante en el proceso, junto con su candidato, con o sin frente, Ricardo Anaya. Por eso la estrategia de la dirigencia del PRI está centrada en minar, hasta donde sea posible, la figura de ese candidato. Con razón se olvida de Margarita Zavala y Felipe Calderón. Es falso que el PRI se haya olvidado de López Obrador. Hay que ir por orden. Lo inmediato es convertir al PRI en el rival, en singular, de Morena y el estorbo inmediato es Ricardo Anaya y las siglas con las que se registre. El PAN y el frente sufren una pérdida de alguna magnitud con la salida de Margarita Zavala que no aumenta las posibilidades del PRI, pero por descarte incrementa la opción de que éste se sitúe en una elección de dos. Falso que el PRI esté fomentando la fragmentación. Esta es básicamente neutral al volumen de votos potencial que el PRI pueda recibir en julio.
En el PRI, según el grupo variopinto de analistas integrado por Andrés Manuel López Obrador, Ricardo Anaya, el senador panista rebelde Javier Lozano y el senador morenista, reciente, Zoé Robledo, el candidato es José Antonio Meade. Eso dicen. Si eso fuera un hecho, la campaña de Meade enfrentaría, entre otros, dos grandes problemas: uno, el de la situación económica del país si la renegociación del Tratado de Libre Comercio se frustra antes de enero de 2018. Un segundo problema mayor, que cualquier electorólogo entendería, es cómo se diferenciaría Meade de las candidaturas del PAN e independientes sin poner en riesgo su segmento duro de votantes, que, si bien no le alcanza para ganar, es condición necesaria para contender. Por biografía y decisiones tomadas a lo largo de su carrera pública, antes de constituirse en una opción distinta a la de AMLO, tendría que diferenciarse de los demás candidatos.
El problema que enfrenta el PRI en ese caso es mayor y no le basta la unanimidad del Consejo Político Nacional ni la disciplina a la decisión del jefe del partido. Los números no dan. Pero entre los opositores del gobierno, ya es casi unánime la identidad personal del adversario.
López Obrador reparte dinero entre los damnificados y promete, frase reiterada, “el bienestar del alma”. Interesante propuesta para un país que se supone es la doceava economía del mundo y una de las piezas fundamentales de comercio mundial. Si lo que el electorado requiere es el bienestar del alma, en voz de un aprendiz de predicador que paradójicamente tiene dificultades serias de habla, eso es decisión democrática.
¿Qué sigue? Podría ser una sorpresa en el PRI en una decisión solo priista; la fractura formal o real del frente y el temor creciente de los inversionistas nacionales y extranjeros ante una situación económica que con AMLO sería doblemente adversa e incierta.