La agenda política del país transcurre en dos planos: uno, inconducente; otro, impune.
En el terreno del inconducente está el tema de la deportación de indocumentados. No solo el gobierno mexicano sino también muchos otros países se pasan de vivos con las palabras. Se habla en pro y en contra de la migración; blanco o negro. No hay matices. No hay asilados, refugiados, desplazados, migraciones inducidas por países receptores, migrantes económicos legales, indocumentados. Todos constituyen migración. Bajo esa premisa no se puede llegar a ningún lado. En el caso mexicano, concretamente, en los últimos días las deportaciones de Estados Unidos a México, mantienen el mismo ritmo que en la administración estadunidense anterior. El discurso es intimidatorio por un lado y de victimización por el otro. Más allá de las narrativas para consumos internos, ¿existen soluciones diplomáticas y legales satisfactorias para ambas naciones? Diplomáticas, sí, que es llegar a un modus vivendi de facto. Legal, ninguna. Y el muro hostil. Y la discusión no va más allá de ese plano, cuando lo que está en juego es la viabilidad del modelo de apertura económica y política elegido por México hace más de 25 años, apertura que no ha concluido como lo demuestran nuevos sistemas inacabados de justicia penal y anticorrupción. Pero ese fue el camino que eligió México y el que, en un segundo plano, abusando de la precariedad intelectual del primer plano, inconducente, es en el que se sitúa con impunidad intelectual Andrés Manuel López Obrador, cobijado por ilustrados y no tanto, en su camino hacia 2018, imparable por irrefutable en la senda de miedo y de observancia a reglas obsoletas no escritas.
Todo mundo calla. López Obrador ofrece el oro y el moro y sus voceros ilustrados lo acompañan en el ejercicio sistemático de la mentira y de la falsedad. El caso del empresario Alfonso Romo es ejemplar. En entrevista con Ciro Gómez Leyva, encuentro que no tiene desperdicio, reconoce la imposibilidad de las promesas de AMLO. La autosuficiencia energética del país, como muestra. Romo sabe muy bien que dos nuevas refinerías y cuatro reconfiguraciones ni se hacen en seis años ni existen los recursos para pagarlo. Lo reconoce. Pero como diría días después, milita en esa causa por la emoción social y el amor a México del tabasqueño.
Revísese esa entrevista. ¿Alguien en el gobierno dijo algo? ¿Alguien le señaló que precisamente por ser monopolio, en la avidez inercial de la máxima utilidad en el más corto plazo posible Pemex dejó de invertir durante 35 años en refinación bajo la coartada, para descerebrados, de ser propiedad de todos los mexicanos? Gente como Alfonso Romo son políticamente correctos y electoralmente oportunos, pero no son idiotas; ¿alguien conocedor del tema dentro del gobierno dijo algo? No, porque, contadas excepciones, refutar los dichos de AMLO significa insertarse en la contienda electoral y eso, en las reglas del viejo sistema, no se vale, aunque se corra el riesgo de que López Obrador gane en 2018 e incumpla previsiblemente lo que saben personas como Alfonso Romo y su círculo de asesores ilustrados.