Algunos sostendrán que la retórica, en su apelación a la dimensión afectiva del fenómeno político, excluye la lectura literal del discurso. Ese es el caso con frecuencia en una campaña electoral en la que son secundarios y hasta prescindibles los méritos intelectuales y personales del emisor del mensaje dada la complejidad, las paradojas, las contradicciones de ese complejo fenómeno relacional constitutivo de la preferencia del votante. Sin embargo, también es cierto que a veces asoma lo que realmente se piensa.
Se ha abusado con simpleza de la comparación entre López Obrador y el caso venezolano. Se ignoran diferencias de fondo y se iguala de modo superficial a Hugo Chávez con su sucesor Nicolás Maduro. Este último, además de ser un delincuente común y corriente, es un inepto. Chávez no, con un elemento adicional que Maduro no tiene: en lo básico, Chávez no engañaba. Su retórica admitía la literalidad de interpretación. Chávez no le mintió a Venezuela cuando rindió protesta “ante esta moribunda Constitución”. Anunciaba con toda franqueza que el régimen jurídico que lo había llevado al poder estaba por terminar y el sustituto era Chávez mismo.
Por eso, cabría tomar con ciertos visos de seriedad la propuesta de AMLO de convocar a un constituyente, textual, para elaborar una constitución moral. Su discurso, más allá de las pinceladas de iluminismo del que salpicó su candidatura por el Partido Encuentro Social está plagado de referencias a la comunidad, al pueblo, la nación, la patria, el prójimo, todo ello acompañado de la condena “a la mancha negra del individualismo”. Esa mancha negra de individualismo en la historia de México es la misma que dio origen a las leyes de Reforma, fundamento de la Constitución del 57 y aportación como gobierno de Benito Juárez, el prócer que desea emular.
¿Alguien recuerda que en algún discurso de López Obrador se haya referido a la persona, a las garantías individuales cuya vigencia en su conjunto convirtió a México en un Estado moderno? Una constitución moral, extralegal, construida a partir del voluntarismo colegiado por encima del principio esencial de que lo que no está prohibido está permitido, del despliegue de la capacidad de acumulación, de la innovación intelectual y de la creatividad personal ante la indiferencia o incluso a costa de una masa ciega superpuesta a una norma jurídica de derecho positivo escrita. Es algo tan primario como la negación del contrato social con el que viven los individuos y los estados desde hace cuatro siglos, casi cinco.
Si a López Obrador se le ha de tomar en serio, habría que reconocer que se está ante la eventual construcción de una válvula de escape a la legalidad y certeza jurídica de las personas y de derechos inalienables, como el de propiedad o la libre manifestación de las ideas, así como del respeto indeclinable a la vida privada, derechos por encima de la autoridad y de la opinión, así sea mayoritaria. Si se le ha de tomar en serio, debería de tener cuidado. La mancha negra del individualismo no termina el 1 de julio.