Un año más. Tiempo es el aplauso que pasa entre un coche y otro, tiempo también es el asfalto que separa al puntero de la línea de meta, las semanas entre carreras y los meses entre temporadas. En el automovilismo deportivo el tiempo corre por las pistas como un protagonista invisible: es el auto fantasma que persigue, que alcanza o que pone las cosas en su lugar. Tiempo también es la historia, los triunfos, las derrotas y las personas que hay entre Ricardo y Pedro Rodríguez y Sergio Pérez. Contra el tiempo han corrido también los aficionados mexicanos que esperaron décadas para que la F1 volviera a nuestro país; más tiempo tuvo que pasar para volver a ver un mexicano en el máximo circuito y muchísimo tiempo más para que creyéramos que podía competir por el Campeonato Mundial. Como todos los años el Gran Premio de México tardó un año en llegar, pero en esta ocasión tardó pocos segundos en irse; Pérez intentó rebasar al tiempo y arriesgó algo más importante: el año que viene.
El llanto de los monstruos. Un puñado de los deportistas más rudos del mundo jugaron ochenta minutos con las narices rotas, las cejas cortadas, las orejas partidas, los dientes quebrados, las mandíbulas zafadas, los huesos salidos, los músculos machacados y los tendones anudados: durante todo el partido golpearon, estrellaron y lanzaron sus cuerpos contra el rival, dejando pedazos de sudafricanos y neozelandeses arrastrándose por el campo. Nada hacía sufrir a estos jugadores acostumbrados a llevar el dolor a distancias desconocidas para el umbral del deporte, pero al finalizar el juego algo sucedió: esos tipos monstruosos, aguerridos e indestructibles empezaron a llorar como si no hubiera mañana; unos lloraban por la victoria y otros por la derrota. Si alguien todavía no entiende los misterios del deporte, que vea a dos equipos de rugby llorar.
Piedra en el camino. Un mal trazado de la pista impidió a las marchistas panamericanas homologar sus tiempos rumbo a los Juegos Olímpicos: la distancia entre Santiago 2023 y París 2024 no son 20 kilómetros, el camino de estas atletas dura años. La Federación Internacional de Atletismo debe rectificar: no hay que llegar primero, sino saber llegar.