Ansu Fati fue el penúltimo chaval menor de edad a quien la prensa, las redes, los aficionados y el futbol lanzaron al estrellato.
Cada vez que un chico hace dos gambetas, mete tres caños, clava un golazo en LaLiga y es convocado a la selección, todo mundo señala al mismo lugar: el dorso de Messi. Y ya sabemos lo que puede pasar con estas jóvenes promesas cuando son comparadas con el viejo Messi: repetir un patrón de lesiones, una lista de malas decisiones y un rosario de tensiones que terminan presionándolos para continuar su carrera jugando para el Brighton, el Celtic, el Rangers, el Aris de Salónica o el Trabzonspor.
El último lanzamiento se llama Lamine Yamal: acumula 234 minutos en Primera División, dos partidos en la selección española, una asistencia, un gol y tiene 16 años, un mes y 28 días de edad.
Para el Barça, la mayor cantera femenil y varonil de nuestra época, no se trata de debutar adolescentes como requisito, sino de asimilar el debut y sus consecuencias como parte fundamental de la carrera de un futbolista y la historia de un equipo.
Modelos de trabajo como el del Barça tienen una ventaja añadida, hay un sistema y un estilo de juego que relaciona al más pequeño de sus equipos con el mayor: en cada generación hay un eslabón que mantiene esa filosofía encadenada, no importa si nació en Guinea, Catalunya o Serbia; el éxito de su estilo concedió a la cantera el don de la universalidad.
A Yamal no le exigen protagonismo, ni resultados: juega para acuñar la estadística y repartir el prestigio entre un puñado de adolescentes que lo miran desde La Masía como parte de un largo proceso de maduración y aprendizaje.
Si el Barça no se atreve a debutar esta clase de jugadores tan pequeños, ¿quién lo hará? Cumplidas las únicas responsabilidades del chamaco, jugar, aprender y divertirse, Yamal Lamine, extremo derecho, se marcha del campo con una tarea descomunal: crecer.