La última jornada de la fase de grupos de Champions puede arrojar una piedra y producir una quiebra.
El Barça, apalancado hasta la cabecera, tiene a la leyenda de su cantera al borde de un barranco y al futuro de la institución en la bóveda de un banco: Xavi no ha podido impedir que todo esto suceda. Caer eliminado del torneo para el que financieramente fue acreditado, significa la ruina de un sistema social creado hace 122 años. El problema no es si el Barça puede quedar arruinado, sino, si este equipo puede ser comprado.
Un triunfo del Viktoria Plzen en el Giuseppe Meazza frente al Inter, y una victoria del Barça en el Camp Nou frente al Bayern podría evitarlo, aunque suena descabellado.
Abandonar Europa tan temprano encendería todas las alertas del mercado. Cuando los grandes clubes se fundaron a partir de agrupaciones culturales, sociales, académicas, obreras o deportivas hace más de un siglo, el juego empezó a crecer como un poderoso motivo de reunión. Pero el viejo futbol de socios y elecciones fue relevado por un modelo corporativo en el que aquellos grandes clubes solo lograron sobrevivir siendo financiados o gestionados por grandes empresas o empresarios, debido a los enormes costos que para sus fundadores significaba mantenerlos.
Esta fue la causa de la industrialización del juego. El Barça, que atraviesa una crisis deportiva y económica, experimenta en sentido contrario un fuerte vínculo con su comunidad, única y original.
La gran riqueza social de este equipo, cuyo lema “Más que un Club”, demuestra que en tiempos de enorme competitividad en el mercado no es posible mantener este centenario esquema con éxito.
Como todos los equipos, el Barça enfrentará en los próximos meses una serie de obstáculos que amenazan su naturaleza democrática, cada vez parece más cercano el día en que este Club dejará de pertenecer a sus socios para ser vendido al mejor postor.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo